29 abr 2012

Jornada de oración por las vocaciones


Hoy es la Jornada de oración por las vocaciones. He de pedir y ofrecerme yo mismo para que el Señor siga llamando a los jóvenes a la vida consagrada a Él, al sacerdocio, a la misión… En el Mensaje del Santo padre Benedicto XVI leemos: "Toda vocación específica nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien da el "primer paso" y no como consecuencia de una bondad particular que encuentra en nosotros, sino en virtud de la presencia de su mismo amor «derramado en nuestros corazones por el Espíritu» (Rm 5,5)". Dios no nos llama porque seamos "buenos", sino porque su Amor elige a personas para consagrarse a Él y manifestar a través de ellas su amor por todos los hombres.
Si las vocaciones son un "don de la caridad de Dios", como nos dice el Papa en su Mensaje no dejemos de pedir con confianza este don tan necesario para la Iglesia, para la Cruzada-Milicia de la Virgen, para nuestras diócesis. Pidamos al Buen Pastor con esta oración de Juan Pablo II a María: 

  
Oh Virgen María, a ti encomendamos nuestra juventud, en especial los jóvenes llamados a seguir más de cerca a tu Hijo.
Tú conoces cuántas dificultades tienen ellos que afrontar, cuántas luchas, cuántos obstáculos.
Ayúdales para que también ellos pronuncien su sí a la llamada divina, como Tú lo hiciste a la invitación del Ángel.
Atráelos a tu corazón, para que puedan comprender Contigo la hermosura y la alegría que les espera, cuando el Omnipotente les llama a su intimidad, para constituirlos en testigos de su Amor y hacerlos capaces de alegrar a la Iglesia con su entrega.

Oh Virgen María, concédenos a todos nosotros poder alegrarnos Contigo, al ver que el amor que tu Hijo nos ha traído es acogido, custodiado y amado nuevamente.

25 abr 2012

Oración a Santa María del Hermano Rafael


Santísima Virgen María: 
Haced que al poner el Señor en mi boca las palabras de David, lleguen al cielo limpias y transparentes, y no manchadas por mis impuros labios, indignos de pronunciarlas. 

Haced, Señora, que sea atendida mi oración... Yo os la ofrezco para que Vos se la presentéis al Señor... Purificad mi intención... perdonad las faltas..., y así, al pasar por vuestras purísimas manos, haréis el milagro de transformar mis débiles alabanzas en canto purísimo que recree a Jesús y se digne a escucharme.

Todo lo espero de Vos..., pues ¿quién soy yo para atreverme a tanto? Pero si tú intercedes..., entonces me atrevo a todo.

¿Y cómo no me vas a oír, si ya sabes que tu pobre trapense tanto te quiere?

¡Oh dulce! ¡oh Virgen María! Ruega por mí y por todos los pecadores como yo. No te olvides, Madre mía, que aunque el más pequeño, soy tu hijo.

26 de abril, día de San Rafael Arnáiz

17 abr 2012

Testigos de Jesús resucitado



Tomás fue el que dijo una vez: "Vayamos también nosotros y muramos con él". Y en la Última Cena expresó al Señor su ignorancia, con la mayor sencillez: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?". Tras la visita de Jesús, que había resucitado, los Apóstoles buscaron a Tomás para decirle: "¡Hemos visto al Señor!" Pero Tomás, como los demás, estaba profundamente afectado por lo que habían visto sus ojos: jamás olvidaría la Crucifixión y Muerte del Maestro. No da ningún crédito a lo que los demás le dicen: "Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré". Los que habían compartido con él aquellos tres años y con quienes por tantos lazos estaba unido, le repetirían de mil formas diferentes la misma verdad, que era su alegría y su seguridad: "¡Hemos visto al Señor!"
Cuando tras ocho días regresa Jesús, y le dice a Tomás: "Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente".
La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites: "¡Señor mío y Dios mío!" Son las suyas cuatro palabras inagotables. Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús, sino de un dolor inmenso por no haber creído y de un inmenso amor, que le lleva a adorar a Cristo su Dios y Señor.
Dice San Gregorio Magno:  "La divina clemencia actuó de modo admirable para que, tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad (...). Así el discípulo, dudando y palpando, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección". Así las dudas de Tomás sirven para confirmar la fe de los que más tarde habrían de creer.

Si nuestra fe es firme, también se apoyará en ella la de otros muchos. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo de día en día, que aprendamos a mirar los acontecimientos y las personas como Él los mira, que nuestro actuar en medio del mundo esté vivificado por la doctrina de Jesús. Pero, en ocasiones, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el Apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las dificultades en el apostolado, ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde un punto de vista sobrenatural, en momentos de oscuridad, que Dios permite para que maduremos en lo espiritual...
¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Señor y mi Dios! Estas palabras han servido como acto de fe en la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, al pasar delante de un sagrario, en el momento de la Consagración en la Santa Misa... También nos ayudan a actualizar nuestra fe y nuestro amor a Cristo resucitado, realmente presente en la Hostia Santa.

El Señor le contestó a Tomás: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto".
La Resurrección del Señor es una llamada a que manifestemos con nuestra vida que Él vive. Las obras del cristiano deben ser fruto y manifestación del amor a Cristo.
Jesucristo nos pide también que le confesemos con obras delante de los hombres, de forma valiente siendo testigos de su Amor. Pensemos en nuestro trabajo, en nuestra familia y amigos, en el ambiente que nos rodea: ¿se nos conoce como personas que llevan vida de fe?, ¿nos falta audacia en el apostolado?, ¿somos ese cauce para que Cristo vivo llegue a los demás?... Somos de verdad TESTIGOS???

Pidamos a Nuestra Madre, la Virgen María, que nos ayude a manifestar con nuestra conducta y nuestras palabras que Cristo vive para que, manteniéndonos firmes en nuestra fe, sirvamos de apoyo a la fe de muchos.

16 abr 2012

La conversión de Alexis Carrel


"Virgen Santa, socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame.
Creo que Tú has querido responder a mi duda con un gran milagro. No lo comprendo, y dudo todavía. Pero mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionadamente y ciegamente, sin discutir ni criticar nunca más.
Tu nombre es más bello que el sol de la mañana. Acoge al inquieto pecador que, con el corazón turbado y la frente surcada por las arrugas, se agita corriendo tras las quimeras.

Bajo los profundos y duros consejos de mi orgullo intelectual yace, desgraciadamente ahogado todavía, un sueño, el más seductor de todos los sueños:
el de creer en Ti y el de amarte como aman los monjes de alma pura."

Alexis Carrel

Biólogo y médico francés, Alexis Carrel recibió en 1912 el premio Nobel de Medicina por desarrollar un método de sutura para detener las hemorragias. Profesaba el agnosticismo.
Corría el año de 1903, los milagros de Lourdes inquietan a Alexis, el cual decide ponerse al frente de un equipo médico, llevando en peregrinación a 300 enfermos. En el hospital de los Sept-Douleurs le piden que chequee a la paciente María Bailly que se encontraba grave. Después de auscultarla emitió su diagnóstico: “Peritonitis tuberculosa. Está en el último grado de caquexia. Puede vivir todavía algunos días, pero está perdida”.

La enfermera que la cuidaba le expresa el deseo de la enferma de ser llevada a la fuente milagrosa. Los médicos acceden y Carrel se ofrece a acompañarla. Llegado al sitio, asombrado Carrel contempló la milagrosa curación: “estoy alucinado”. Todos los médicos la vuelven a examinar y el dictamen es unánime: “esta enferma está completamente curada, es indiscutible”.

Ya al final de su vida, Alexis Carrel escribió:
“Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia católica quiere que creamos. Y no experimento en ello ninguna dificultad, ya que no encuentro ninguna oposición real con los datos reales de la ciencia”.

Para conocer su obra, haz click en el enlace:

14 abr 2012

Domingo de la Divina Misericordia

Es muy fácil rezar en este Domingo de la Octava de Pascua. Basta ponernos en presencia de Jesucristo resucitado y recibir los inmensos regalos que en el evangelio de hoy nos entrega:
- Nos regala su Paz: "¡Paz a vosotros!"
- Nos muestra las señales de su amor hasta el extremo: "Les enseñó las manos y el costado".
- Nos confía su misión: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo".
- Nos entrega su Espíritu Santo para el perdón de nuestros pecados: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados".

El Beato Juan Pablo II instituyó que este Domingo se celebrara la Fiesta de la Divina Misericordia, según las revelaciones privadas del Señor a Santa Faustina Kowalska. A través de ella el Señor Jesús transmite al mundo el gran mensaje de la Divina Misericordia y presenta el modelo de la perfección cristiana basada sobre la confianza en Dios y la actitud de caridad hacia el prójimo.
Podemos meditar en las palabras que recoge la santa en su Diario sobre esta Fiesta:

"Una vez, oí estas palabras: Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible misericordia Mía. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mí misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas a través de las cuales fluyen las gracias. Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata. Mi misericordia es tan grande que en toda la eternidad no la penetrará ningún intelecto humano ni angélico. Todo lo que existe ha salido de las entrañas de Mi misericordia. Cada alma respecto a mí, por toda la eternidad meditará Mi amor y Mi misericordia. La Fiesta de la Misericordia ha salido de Mis entrañas, deseo que se celebre solamente el primer domingo después de la Pascua. La humanidad no conocerá paz hasta que se dirija a la Fuente de Mi misericordia" (Diario 699).

En estos días de Pascua nos hemos acercado al Sacramento del perdón y están nuestras almas dispuestas para honrar la misericordia infinita del Corazón de Cristo y alcanzar grandes gracias para nosotros y para este mundo tan necesitado de conocer el amor y la misericordia de Dios. También podemos hacerlo alrededor de esta fiesta para gozar del abrazo misericordioso del Padre de los cielos. Gozando de la misericordia de Dios, seamos sus testigos para tantas almas y corazones desgarrados y necesitados de ser reconstruidos de nuevo. Él nos dice como a Santa Faustina:
"Proclama que la misericordia es el atributo más grande de Dios. Todas las obras de mis manos están coronadas por la misericordia".

Milicia de Santa María

11 abr 2012

La hora del vértigo



Decía Bernanos que el misterio de toda vida cristiana consiste en descubrir qué lugar del Evangelio nos ha sido destinado, qué frase evangélica fue escrita por y para nosotros. El novelista francés decía que todo cristiano ha tenido una antevida contemporánea a Cristo y que cada uno de nosotros se cruzó un día con Jesús en algún lugar de Palestina. Descubrir qué rincón es ése, qué palabra fue pronunciada por Cristo en ese encuentro sería la clave de toda vocación cristiana.
Bernanos mismo decía haber encontrado ya su “sitio” y se declaraba, como varios de sus personajes, “prisionero de la Santa Agonía”.
Hace falta realmente mucho valor para atreverse a centrar una vida en el Huerto de los Olivos. Yo, ciertamente, no me atrevería. Porque siempre que trato de asomarme, aunque sea fugazmente, a esta hora, siento que el vértigo se apodera de mí y es mas fuerte que yo. Pues, si he de ser sincero, he de confesarme a mí mismo que el vértice de la pasión de Cristo hay que situarlo mucho mas en la noche del jueves que en la tarde del viernes.
Y es que nos hemos obsesionado demasiado con la muerte física y material de Cristo. Resulta – no voy yo a negarlo – escalofriante que muera el Hijo de Dios vivo. Pero, en definitiva, ¿morir no es una simple consecuencia de haberse hecho hombre? Guillén ha cantado que, “para ser el hombre más humano”, Jesús tenía que sufrir y morir. Cristo no se disfrazó de hombre durante unos meses o años. No podía, pues, volver indemne a su cielo tranquilo.
Por eso pensaba Góngora que era mucho más importante la noche de Navidad que la tarde de la Agonía. Ya que – decía – “hay distancia más inmensa de Dios a hombre que de hombre a muerte”. Según ello, Cristo habría dado un gran salto de la eternidad al tiempo al venir a la Tierra, y un pequeño salto desde la vida a la eternidad a la hora de morir; un salto, en definitiva, gemelo al que antes y después que El, darían millones y millones de hombres.
Así las cosas – y si el lector no se escandaliza - podría preguntarse si no le habremos dado una excesiva importancia a la materialidad de esos sufrimientos y de esa muerte. Y hasta podría desconcertarnos que Cristo temiera y temblara antes de esa marcha que a muchos otros hombres no hizo temer ni temblar. Si la muerte de Cristo fuera importante sólo por el volumen de sus sufrimientos, habría que pensar que tanto o mas que El han sido torturados muchos otros hombres desde que el mundo es mundo. Y hasta podría pensarse que , vista desde afuera, la muerte de Jesús no tuvo más dignidad que muchas otras muertes.
En lo externo, la agonía de Cristo no tuvo el equilibrio de la muerte de Sócrates, ni la arrogancia de la de Alvaro de Luna, ni la paz de la de Juan XXIII. Ironizando, podríamos decir que muchos santos murieron “mejor” que El.
Tiene que haber, entonces, un misterio más hondo, algo que haga más vertiginosa la muerte de Cristo que el puro hecho de morir. La clave de la pasión de Cristo no pudo ser la anécdota de entregar la vida. El “cáliz” del que pedía ser dispensado tiene que ser distinto y mucho más terrible que espinas, azotes, clavos y cruz.
Y es que no se trataba simplemente de morir, sino ante todo y sobre todo de redimir, de hacer suyos los pecados del mundo. Todos. Ahora sí hemos entrado realmente en el vértigo. Porque no se trataba simplemente de “cargar” con los pecados del mundo, como se echa un saco sobre las espaldas. Una traducción demasiado literal del Agnus Dei nos ha acostumbrado a pensar que Cristo cogió o quitó los pecados del mundo como coge el faquín una maleta o como se quita un estorbo de sobre una mesa. Tomar así el pecado, como con pinzas, no hubiera resultado demasiado doloroso. Se hubiera tratado simplemente de vencer un poco el asco y de limpiarse luego las manos del alma con alcohol.
Pero eso no hubiera sido redimir. La redención lleva consigo el que la víctima tome literalmente el lugar del ofensor, haciendo suya la culpa, encarnándola de algún modo.
San Pablo, que no era demasiado amigo de metáforas, lo dijo aún más brutalmente al afirmar no sólo que Cristo hiciera suyos los pecados, sino que El mismo “se hizo pecado”.
Aquí sí que hemos llegado verdaderamente al terror. Y tenemos que contradecir a Góngora, pues “si hay distancia más inmensa de Dios a hombre que de hombre a muerte”, hay distancia mucho más inmensa de Dios a pecado que de Dios a hombre. El hombre no es lo contrario de Dios. Pero, asumiendo el pecado, Dios hacía suyo lo contrario de Sí mismo : volvía, podríamos decir, su alma del revés.

10 abr 2012

Pascua: Has venido hasta mi, Señor


Has venido hasta mí, Señor,
con la presencia nazarena,
intacta y rumorosa,
en la frondosidad de veinte siglos.
 Tengo en el alma, aún, la redundancia
de una pisada azul
 y en la frente la cándida fruición
de tus labios, cubiertos
con la gala de audiencias infantiles.
A tu anuncio, tan sólo,
se me bruñó de púrpura
la mañana de la monotonía
y el corazón, heraldo, ha encendido
primaveras inéditas.
¿No estás viendo, Señor, mis azahares
punteados de nácar?

               * * *

Te ha traído hasta mí
un camino de blancos milagros volanderos.
Milagro es la infinita distancia, que se quiebra
en el ámbito breve de un círculo nevado.
Milagro es la amplitud minúscula del cáliz,
conteniendo la inmensa torrentera del Gólgota.
Milagro es el trigal, que aprisiona la llama
y le ciñe corona de orfebrería angélica.
Y es milagro, Señor, este vuelo invisible
de unas alas de fuego, que al posar fortalecen;
que al quemar, vivifican; que al herir, transfiguran.
                           * * *
Todo ahora es divino, Señor, por tu presencia.
Tus dardos purifican mi eterna encrucijada,
roja flor escarlata alegra mi erial,
tu viento impetuoso
tensa la arboladura de nuevas ilusiones,
y una quilla impalpable me ensancha derroteros.
Brilla en razón de Ti la gracia de las cosas
y al alma la estremece tu ingénita belleza.
Porque tus pies de lirio
están, por mis dolores, en Cruz aprisionados.
Yo sé que amar es ir
sembrando por la vida, gozoso, el corazón.
Porque tus manos puras
nacieron para amar y sangrar traspasadas,
yo quiero, hasta que expire,
que a las mías las junte total sometimiento.
Porque vienes, Señor,
a mis horas en Cruz con la frente sangrante,
Rabí, que en el minuto de eterno natalicio,
no me falten tus manos,
no me niegues tus pies,
dame un beso en la frente.

9 abr 2012

¡Alegraos! ¡Cristo vive!



Estar alegres es una forma de dar gracias a Dios por los innumerables dones que nos hace; la alegría es «el primer tributo que le debemos, la manera más sencilla y sincera de demostrar que tenemos conciencia de los dones de la naturaleza y de la gracia y que los agradecemos». Nuestro Padre Dios está contento con nosotros cuando nos ve felices y alegres con el gozo y la dicha verdaderos.
Con nuestra alegría hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a Dios. Dar alegría será con frecuencia la mejor muestra de caridad para quienes están a nuestro lado. Fijémonos en los primeros cristianos. Su vida atraía por la paz y la alegría con que realizaban las pequeñas tareas de la vida ordinaria. «Familias que vivieron de Cristo y que dieron a conocer a Cristo. Pequeñas comunidades cristianas, que fueron como centros de irradiación del mensaje evangélico. Hogares iguales a los otros hogares de aquellos tiempos, pero animados de un espíritu nuevo que contagiaba a quienes los conocían y los trataban. Esos fueron los primeros cristianos, y eso hemos de ser los cristianos de hoy: sembradores de paz y alegría, de la paz y de la alegría que Jesús nos ha traído». Muchas personas pueden encontrar a Dios en nuestro optimismo, en la sonrisa habitual, en una actitud cordial. Esta muestra de caridad con los demás –la de esforzarnos por alejar en todo momento el malhumor y la tristeza y remover su causa– ha de manifestarse particularmente con los más cercanos. En concreto, Dios quiere que el hogar en el que vivimos sea un hogar alegre. Nunca un lugar oscuro y triste, lleno de tensiones por la incomprensión y el egoísmo.
Una casa cristiana debe ser alegre, porque la vida sobrenatural lleva a vivir esas virtudes (generosidad, cordialidad, espíritu de servicio...), a las que tan íntimamente está unida esta alegría. Un hogar cristiano da a conocer a Cristo de modo atrayente entre las familias y en la sociedad.
Debemos procurar también llevar esta alegría serena y amable a nuestro lugar de trabajo, a la calle, a las relaciones sociales. El mundo está triste e inquieto y tiene necesidad, ante todo, del gaudium cum pace, de la paz y de la alegría que el Señor nos ha dejado. ¡Cuántos han encontrado el camino que lleva a Dios en la conducta cordial y sonriente de un buen cristiano! La alegría es una enorme ayuda en el apostolado, porque nos lleva a presentar el mensaje de Cristo de una forma amable y positiva, como hicieron los Apóstoles después de la Resurrección. Jesucristo debía manifestar siempre su infinita alegría interior. La necesitamos también para nosotros mismos, para crecer en la propia vida interior. Santo Tomás dice expresamente que «todo el que quiere progresar en la vida espiritual necesita tener alegría». La tristeza nos deja sin fuerzas; es como el barro pegado a las botas del caminante que, además de mancharlo, le impide caminar.
Esta alegría interior es también el estado de ánimo necesario para el perfecto cumplimiento de nuestras obligaciones. Y «cuanto más elevadas sean estas, tanto más habrá de elevarse nuestra alegría». Cuanto mayor sea nuestra responsabilidad (sacerdotes, padres, superiores, maestros...), mayor también nuestra obligación de tener paz y alegría para darla a los demás, mayor la urgencia de recuperarla si se hubiera enturbiado.
Pensemos en la alegría de la Santísima Virgen. Ella está «abierta sin reservas a la alegría de la Resurrección. Ella recapitula todas las alegrías, vive la perfecta alegría prometida a la Iglesia: Mater plena sanctae laetitiae, y, con toda razón, sus hijos en la tierra, volviendo los ojos hacia la madre de la esperanza y madre de la gracia, la invocan como causa de su alegría.

8 abr 2012

Domingo de Pascua: ¡Jesús vive! ¡vivimos con Él!


REVELACIÓN, de Carmen Conde
 Mi sangre me golpetea
resucitándome erguida.

Temía vivir sin sueños
y es mi sangre la que grita:
no vas a retroceder,
mantén tu antorcha encendida.

Por si creyera que no,
su voz airada me grita:
que sí, que sí, que ya vas
desbordadamente viva.


Afuera dolores viejos;
se han secado las heridas
de tanto penar a solas
para dejarte vencida.
Canto porque soy dichosa,
en milagro conseguida
junto a la luz de una tarde
que me ha devuelto la vida.

No sé
si es la primavera
que se siente
ya venida
o es que me ofrece Dios
en vez de espinas, celindas.

7 abr 2012

Sábado Santo: Guíame luz bondadosa

Guíame luz bondadosa, las tinieblas me rodean
¡Guíame Tú adelante!
La noche está muy oscura y mi hogar está muy lejos,
¡Guíame Tú adelante!

Guarda mis pasos, no te pido ver el paisaje distante,
ayúdame a dar un paso: será para mí bastante.
No siempre fui yo así; no oraba rogando que Tú
fueras quien me guiara a mí;
amaba elegir y ver mi camino; pero ahora
¡Guíame Tú adelante!

A pesar de mis temores, por orgullo dominado,
amé el día deslumbrante; no recuerdes mi pasado.
Si me ha bendecido tanto Tu poder, se que seguirá
guiándome adelante,
por páramos y pantanos, por abismos y torrentes,
hasta que la noche se vaya.
Y en la mañana siguiente, veré algo que he perdido:
¡el rostro del ángel sonriente, que desde siempre he querido!

Cardenal John Henry Newman

6 abr 2012

Vivir la Pasión al lado de María


Jesús camina arrastrando la cruz entre la muchedumbre. El pueblo de Jerusalem, que pocos días antes le recibió entre aclamaciones, ahora festeja su condena a muerte. Cerca, entre ellos, camina María, arrastrando la cruz de Su Hijo con su corazón desgarrado de tanto dolor. Entonces, se encuentran ambos, y al cruzar sus miradas, María está serena. Mira a Jesús con sus ojos dulces llenos de lágrimas y llenos de paz.

Sabe que todo es voluntad del Padre y con su mirada vuelve a pronunciar ese “hágase en mi según tu palabra” que le dijo al ángel. No duda. A lo largo de su vida, María ha ido guardando todas las cosas en Su corazón para así servir mejor a Dios. Jesús no está solo. Su Madre le acompaña, abrazando Ella también la cruz.

Así, María une el sacrificio de Cristo a Su propio sacrificio y asume la misión de corredentora de toda la humanidad.

Madre mía, quiero acompañarte poniendo mi corazón al lado del tuyo, desgarrados ambos, pero aceptando cada pena, cada dolor, cada cruz, porque me une a Dios. Contigo como dulce cirenea de mi cruz personal, que prosiga mi paso, aunque sea indeciso, tras los de Jesús recorriendo el camino de la salvación.
Amén.

Fátima, Via Crucis en Valinhos, abril de 2011

Viernes Santo: Orar contemplando el misterio de la Cruz de Cristo

La oración en Getsemaní:
Nosotros, en la oración debemos ser capaces de llevar ante Dios nuestros cansancios, el sufrimiento de ciertas situaciones, el compromiso cotidiano de seguirlo, así como el peso del mal que vemos en nosotros y en nuestro entorno, para que él nos dé esperanza, nos haga sentir su cercanía, un poco de luz en el camino de la vida.
En ningún otro lugar de las Escrituras podemos asomarnos tan profundamente al misterio interior de Jesús. Su oración durante su agonía en Getsemaní y sus últimas palabras en la cruz revelan la profundidad de su oración filial: toma sobre sí todas las angustias de la humanidad, las súplicas e intercesiones de la historia de la salvación; las presenta al Padre, quien las acoge y escucha, más allá de toda esperanza.





La oración de Jesús en la Cruz. En la oración de Jesús se encierran la extrema confianza y el abandono en las manos de Dios, incluso cuando parece que permanece en silencio, siguiendo un designio que para nosotros es incomprensible. Es un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que deriva del amor y ya lleva en sí mismo la redención, la victoria del amor.
En la oración llevamos a Dios nuestras cruces de cada día, con la certeza de que él nos escucha. El grito de Jesús nos recuerda que en la oración debemos superar las barreras de nuestro «yo» y abrirnos a los sufrimientos de los demás. La oración de Jesús moribundo en la cruz nos enseña a rezar con amor por tantos que sienten el peso de la vida cotidiana, que viven momentos difíciles, que atraviesan situaciones de dolor, que no cuentan con una palabra de consuelo. Llevemos todo esto al corazón de Dios, para que también ellos puedan sentir el amor de Dios que no nos abandona nunca.
Las palabras de Jesús en la cruz abren nuestra oración a una serena confianza y a una firme esperanza. Nos invita al difícil gesto de rezar incluso por aquellos que nos han hecho mal, sabiendo perdonar siempre, a fin de que la luz de Dios ilumine su corazón; nos invita a vivir, en nuestra oración, la misma actitud de misericordia y de amor que Dios tiene para con nosotros. Nos comunica la certeza de que, por más duras que sean las pruebas, difíciles los problemas y pesado el sufrimiento, nunca caeremos fuera de las manos de Dios, esas manos que nos han creado, nos sostienen y nos acompañan en el camino de la vida. En la cruz él vive plenamente, en el amor, su relación filial con Dios, que anima su oración. La oración de Jesús ante la muerte es dramática como lo es para todo hombre, pero, al mismo tiempo, está impregnada de esa calma profunda que nace de la confianza en el Padre y de la voluntad de entregarse totalmente a él. La oración de Jesús, en este momento de es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios.

Benedicto XVI

5 abr 2012

Jueves Santo: Jesús se queda para siempre en la Eucaristía


La Última Cena comienza a la puesta del sol. Jesús recita los salmos con voz firme y con un particular acento. San Juan nos ha transmitido que Jesús deseó ardientemente comer esta cena con sus discípulos.
En aquellas horas sucedieron cosas singulares que los Evangelios nos han dejado consignadas: la rivalidad entre los Apóstoles, que comenzaron a discutir quién sería el mayor; el ejemplo sorprendente de humildad y de servicio al realizar Jesús el oficio reservado al ínfimo de los siervos: se puso a lavarles los pies; Jesús se vuelca en amor y ternura hacia sus discípulos: Hijitos míos..., llega a decirles. «El mismo Señor quiso dar a aquella reunión tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdo, tal conmoción de palabras y de sentimientos, tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de meditarlos y explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la muerte».

Lo que Cristo hizo por los suyos puede resumirse en estas breves palabras de San Juan: los amó hasta el fin.
Hoy es un día particularmente apropiado para meditar en ese amor de Jesús por cada uno de nosotros, y en cómo estamos correspondiendo: en el trato asiduo con Él, en el amor a la Iglesia, en los actos de desagravio y de reparación, en la caridad con los demás, en la preparación y acción de gracias de la Sagrada Comunión, en nuestro afán de corredimir con Él, en el hambre y sed de justicia...
Y ahora, mientras estaban comiendo, muy probablemente al final, Jesús toma esa actitud trascendente y a la vez sencilla que los Apóstoles conocen bien, guarda silencio unos momentos y realiza la institución de la Eucaristía.
El Señor anticipa de forma sacramental –«mi Cuerpo entregado, mi Sangre derramada»– el sacrificio que va a consumar al día siguiente en el Calvario. Hasta ahora la Alianza de Dios con su pueblo estaba representada en el cordero pascual sacrificado en el altar de los holocaustos, en el banquete de toda la familia en la cena pascual. Ahora, el Cordero inmolado es el mismo Cristo6: Esta es la nueva alianza en mi Sangre... El Cuerpo de Cristo es el nuevo banquete que congrega a todos los hermanos: Tomad y comed...
El Señor anticipó sacramentalmente en el Cenáculo lo que al día siguiente realizaría en la cumbre del Calvario: la inmolación y ofrenda de Sí mismo –Cuerpo y Sangre– al Padre, como Cordero sacrificado que inaugura la nueva y definitiva Alianza entre Dios y los hombres, y que redime a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.

Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debilidad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo. A las puertas de su Pasión y Muerte, ordenó las cosas de modo que no faltase nunca ese Pan hasta el fin del mundo. Porque Jesús, aquella noche memorable, dio a sus Apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio hasta el final de los tiempos: Haced esto en memoria mía. Junto con la Sagrada Eucaristía, que ha de durar hasta que el Señor venga, instituye el sacerdocio ministerial.

Jesús se queda con nosotros para siempre en la Sagrada Eucaristía, con una presencia real, verdadera y sustancial. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en el Sagrario. En aquella noche los discípulos gozaron de la presencia sensible de Jesús, que se entregaba a ellos y a todos los hombres. También nosotros, esta tarde, cuando vayamos a adorarle públicamente en el Monumento, nos encontraremos de nuevo con Él; nos ve y nos reconoce. Podemos hablarle como hacían los Apóstoles y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa, y darle gracias por estar con nosotros, y acompañarle recordando su entrega amorosa. Siempre nos espera Jesús en el Sagrario.

1 abr 2012

Jesús llora ante Jerusalem


El cortejo triunfal de Jesús había rebasado la cima del monte de los Olivos y descendía por la vertiente occidental dirigiéndose al Templo, que desde allí se dominaba. Toda la ciudad aparecía ante la vista de Jesús. Al contemplar aquel panorama, Jesús lloró.
Aquel llanto, entre tantos gritos alegres y en tan solemne entrada, debió de resultar completamente inesperado. Los discípulos estaban desconcertados viendo a Jesús. Tanta alegría se había roto de golpe, en un momento.
Jesús mira cómo Jerusalén se hunde en el pecado, en su ignorancia y en su ceguera: "¡Ay si conocieras por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede traerte la paz! Pero ahora todo está oculto a tus ojos". Nada quedó por intentar: ni en milagros, ni en obras, ni en palabras; con tono de severidad unas veces, indulgente otras... Jesús lo ha intentado todo con todos: en la ciudad y en el campo, con gentes sencillas y con sabios doctores, en Galilea y en Judea... También ahora, y en cada época, Jesús entrega la riqueza de su gracia a cada hombre, porque su voluntad es siempre salvadora.

En nuestra vida, tampoco ha quedado nada por intentar, ningún remedio por poner. ¡Tantas veces Jesús se ha hecho el encontradizo con nosotros! ¡Tantas gracias ordinarias y extraordinarias ha derramado sobre nuestra vida!
«El mismo Hijo de Dios se unió, en cierto modo, con cada hombre por su encarnación. Con manos humanas trabajó, con mente humana pensó, con voluntad humana obró, con corazón de hombre amó. Nacido de María Virgen se hizo de verdad uno de nosotros, igual que nosotros en todo menos en el pecado. Cordero inocente, mereció para nosotros la vida derramando libremente su sangre, y en Él el mismo Dios nos reconcilió consigo y entre nosotros mismos y nos arrancó de la esclavitud del diablo y del pecado, y así cada uno de nosotros puede decir con el Apóstol: el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20)».
La historia de cada hombre es la historia de la continua solicitud de Dios sobre él. Cada hombre es objeto de la predilección del Señor. Pero el misterio profundo de la libertad humana supone la triste posibilidad de rechazar la gracia divina.
¿Cómo estamos respondiendo nosotros a los innumerables requerimientos del Espíritu Santo para que seamos santos en medio de nuestras tareas, en nuestro ambiente? Cada día, ¿cuántas veces decimos sí a Dios y no al egoísmo, a la pereza, a todo lo que significa desamor, aunque sea pequeño?
Nosotros conocemos ahora que aquella entrada triunfal fue, para muchos, muy efímera. Los ramos verdes se marchitaron pronto. El hosanna entusiasta se transformó cinco días más tarde en un grito enfurecido: ¡Crucifícale! ¿Por qué tan brusca mudanza, por qué tanta inconsistencia? Para entender algo quizá tengamos que consultar nuestro propio corazón.
«¡Qué diferentes voces eran –comenta San Bernardo–: quita, quita, crucifícale y bendito sea el que viene en nombre del Señor, hosanna en las alturas! ¡Qué diferentes voces son llamarle ahora Rey de Israel, y de ahí a pocos días: no tenemos más rey que el César! ¡Qué diferentes son los ramos verdes y la cruz, las flores y las espinas! A quien antes tendían por alfombra los vestidos propios, de allí a poco le desnudan de los suyos y echan suertes sobre ellos»
La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén pide a cada uno de nosotros coherencia y perseverancia, ahondar en nuestra fidelidad, para que nuestros propósitos no sean luces que brillan momentáneamente y pronto se apagan. En el fondo de nuestros corazones hay profundos contrastes: somos capaces de lo mejor y de lo peor. Si queremos tener la vida divina, triunfar con Cristo, hemos de ser constantes y hacer morir por la penitencia lo que nos aparta de Dios y nos impide acompañar al Señor hasta la Cruz.
María también está en Jerusalén, cerca de su Hijo, para celebrar la Pascua. La última Pascua judía y la primera Pascua en la que su Hijo es el Sacerdote y la Víctima. No nos separemos de Ella. Nuestra Señora nos enseñará a ser constantes, a luchar en lo pequeño, a crecer continuamente en el amor a Jesús. Contemplemos la Pasión, la Muerte y la Resurrección de su Hijo junto a Ella. No encontraremos un lugar más privilegiado.