Dejémonos amar, sin oponer resistencias, y que su Amor venza todo mal en nosotros.
El Corazón de Cristo se da, se entrega, se ofrece. Quien es capaz de recibirlo y acogerlo, será transformado: Cristo habitará por la fe en su corazón y el amor será su raíz y cimiento. Entonces... entonces se produce el milagro: nos despojamos de nuestra forma, aquella que está amasada de pecado y debilidad, de concupiscencias, orgullo y arrogancia, y adquirimos una forma nueva, la forma de Cristo en nosotros.
Ya no seremos nosotros, sino Cristo en nosotros; ya amaremos como ama Cristo, con su amor que, en cierto modo, nos lo presta para amar.
Adquiriremos, por pura gracia, la semejanza de Cristo, nos pareceremos a Cristo: tendremos la mente de Cristo, los mismos sentimientos de Cristo Jesús, trabajaremos, pensaremos, como el mismo Cristo.
Es una experiencia viva, real, al alcance de todos; y ya que el Corazón de Jesús no es una imagen, melosa, meliflua, sino su propia Persona, lo descubriremos siempre vivo en el Sagrario, ofreciendo su Presencia y su amistad para entrar en comunión íntima con Él.
Siempre está ahí, en el Sagrario; siempre está acogiendo a los que están cansados y agobiados; siempre enderezando el corazón que se desvía por caprichos y egoísmos, por debilidades, por susceptibilidades de tanta inmadurez afectiva, da igual los años. Siempre recibiendo en el Sagrario aquello que le llevemos y le entreguemos: nuestro amor, nuestra reparación, nuestra expiación.
Es una abundancia infinita de su amor y misericordia con nosotros. ¡Cantaré eternamente las misericordias del Señor!
Javier Sánchez Martínez
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