»Como sacerdote católico he experimentado la Jornada Mundial de la Juventud desde dentro, y no sólo por lo que se ve, por las inmensas multitudes de jóvenes que llenaban Madrid y la inundaban de alegría, de cantos, de primavera florecida.
»Al dirigirme a la Jornada Mundial de la Juventud me había preguntado, con mi modo de ser exigente, si detrás de esta aventura andariega, esforzada y sacrificada de jóvenes que llegaban de lugares de todo el mundo, llenos de sana alegría, habría mucha profundidad o si, en parte, esta gozosa realidad se disolvería en una cierta superficie de cosas.
He constatado que la realidad interna supera muchísimo a lo que se ve exteriormente. He palpado que estamos ante un hecho de primera magnitud para el mundo y para la Iglesia.
»En la Jornada Mundial de la Juventud he estado confesando entre 15 y 20 horas. Escuchando y atendiendo espiritualmente y con corazón de padre, en consecuencia, a gran cantidad de jóvenes, de chicos y de chicas. Algunas niñas pequeñas habían venido a confesarse corriendo y dando saltos de alegría y con su rostro respirando una alegría muy comunicativa y hermosa, reflejo del cielo, y después de su confesión manifestaban una alegría impresionante.
»He logrado constatar de este modo que en la Jornada Mundial de la Juventud se da gran número de conversiones, muchos progresos espirituales muy importantes y corazones muy tocados por la gracia de Dios. Para decirlo en una sola palabra: se ha dado en esta Jornada Mundial de la Juventud una fortísima actuación del Espíritu Santo en las almas. Esta oleada del Espíritu Santo, este nuevo Pentecostés, habrá de tener unas consecuencias insospechables, incalculables, pero en todo caso grandísimas: muchas vocaciones sacerdotales y religiosas, una honda influencia en el mundo actual,...
»El mayor número de las confesiones las he oído en el parque del retiro, donde había doscientos confesionarios y donde durante varios días había un horario de confesiones que iba de las 10 de la mañana hasta las 6 horas de la tarde. Un día estuve confesando casi 8 horas seguidas. Cuando se terminaba el horario aún había personas que querían confesar y confesábamos con alegría en medio de la calle. »En Cuatro Vientos estuve confesando hasta las 5 horas de la noche. No estuve más tiempo porque a las 9 horas quería concelebrar la Santa Misa con el Santo Padre Benedicto XVI, y quería estar lo suficientemente despierto, en condiciones convenientes para esta sagrada concelebración. Pero aún después de las cinco de la noche me pedían que siguiera confesando. Quedaba en el alma el deseo de haber estado más disponible, y haber dedicado más horas a ayudar a aquellos jóvenes, chicos y chicas, que me habían robado el corazón.