Si Dios es amor y vive en cada uno de nosotros, tenemos que amarnos con amor fraternal. Por eso, nuestro amor al prójimo es la medida de nuestro amor a Dios. Sin embargo, este último es distinto al amor natural que tenemos por los hombres.
Pero para los cristianos no existen los hombres extraños. Nuestro prójimo es todo aquel que tenemos ante nosotros y que tiene necesidad de nosotros, y es indiferente que sea nuestro pariente o no, que nos caiga bien o nos disguste, o que sea moralmente digno de ayuda o no.
El amor de Cristo no conoce límites, no se cansa nunca y no se asusta ante la suciedad o la miseria. Cristo vino para los pecadores y no para los justos. Y si el amor de Cristo vive en nosotros, actuaremos como El, e iremos en busca de las ovejas perdidas.
El amor natural busca apoderarse de las personas amadas y poseerlas, si es posible, en exclusividad.
Cristo vino al mundo para recuperar para el Padre la humanidad perdida; y quien ama con su amor, quiere a los hombres para Dios y no para sí.
Sta Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein), co-patrona de Europa
9 de agosto, día de su fiesta
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