ORACIÓN DE LA MADRE NUMEROSA
Tú,
Señor, ¿cómo me ves, teniéndote que rezar siempre, mientras voy
remendando calcetines, vigilo la olla exprés o pago cuentas de colegios y
zapateros? De verdad que me gustaría hacerlo de rodillas, serenamente,
con el velo de encaje a la cabeza y un rosario de nácar entre las manos...
... Pero a ver, ¿qué otra cara quieres que te
ponga que esta seria de cruz gravitante que Tú mismo has sembrado sobre
la ancha maternidad?
Las
mujeres de anillo viejo no pueden hablarte más que con ese peso de un
árbol crecido y ubérrimo sobre las espaldas o con el lento paso de vía
crucis de unos hombros que aguantan, y cierta madurez en el ramaje de
las ilusiones. Es la verdad y la digo, pero en seguida te ruego que me
mires a los ojos cuando asocio las palabras “madre” y “cruz”. Fíjate si
no hay en ellas el mismo estallido de primavera que en el “si” de mis
relaciones, que en la mañana nupcial o que en el anuncio del primer
hijo. Como Tú, las madres acabamos vistiendo de púrpura y llevando
corona de espinas, pero apenas si importa cuando es el perpetuo azahar
del amor el que nos nimba la frente y la santa túnica de la felicidad,
la que cuelga desde los hombros. Cuando a nosotras se nos anuncia la
maternidad, nuestro vientre se hace denso y tira hacia los ladrillos;
son los senderos de las raíces. Los dos nos identificamos en el peso del
mismo ciclo de fecundidad. Que ellos se pongan lejos y miren ahora a tu
tronco, con sus dos mil años de fantásticas cosechas. Que se fijen
también en mi bosque, con sus expertos retoños. Claro que los árboles
verdes necesitan de fríos, huracanes, filos de popa y violento crecer en
derecho, pero por dentro se mueve y canta una savia de vida que se
llama felicidad. La Redención,
como el trajinar por los hijos, tiene la alegre promesa de un vivero. A
tu Gracia y a mi maternidad les tocan milagrear las heridas en amor.
Hay a quien le defrauda que la ilusión se monde de su cáscara de
vestido de domingo, farolillos y perfume tumultuoso de la juventud, pero
yo me quedo con el buen gusto entre los dientes de una pulpa madura y
nutritiva. Bendito seas, Señor, por tantas manzanas como cuelgas de mi
árbol. Cada noche hago cuentas y me rezuma por los labios la miel de la
bienaventuranza de cada día. Hoy es el tono serio con que el primogénito
se esfuerza para el codo a codo con nuestra responsabilidad.
... Un día y otro, los
desprendimientos de todos, sus delicadezas, sus cortesías, el limpio
acariciar de sus ojos; o su fragancia de almas, todo eso que acercan los
hijos hasta el mantel de mi corazón, como trozos de esa hogaza
espiritual que Tú le amasas cada día.
FATIGADA y todo, ¿qué otra cosa puede decirte una madre más que
“gracias”? Gracias por tantos sillares de mujer fuerte y por esos dulces
manantiales que nacen de lo hondo. Gracias por esa tu misma mirada a mis
hijos (que aún no siembran), que a los pájaros y los lirios del campo.
Gracias por este número sin fin de antorchas que han nacido y nacerán de
mi lumbre. Y gracias también, Señor, por esa moneda tuya de oro que
depositas en cada corazón y que ellos, te lo prometo, han de trabajar y
crecer holgadamente en el buen afán del amor por Ti en las criaturas.
Beato Manuel Lozano Garrido, periodista
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