13 may 2012

Fatima: ayer, hoy y siempre


Desde el 13 de mayo de 1917, María en una de sus múltiples y más populares advocaciones “FATIMA” se ha convertido en un campo abierto donde más de dos millones de creyentes fortalecen su Fe. En aquel lugar de Portugal donde nace y crece la espiga para la eucaristía, donde se corta a tiempo el sarmiento para que produzca el vino… la Palabra de Dios sigue resonando con el mismo trasfondo de esta aparición: CONVERSIÓN PERSONAL.

Lucía, Francisco y Jacinta (testigos predilectos del inicio de esta devoción) nos representan perfectamente a nosotros:
- Sólo, desde la pequeñez, seremos capaces de intuir la grandeza de DIOS.
- Sólo, desde el asombro, podemos ser sensibles a la presencia de lo divino.
- Sólo, desde el volver a Dios, podremos gozar de su bondad y de su paz aquí y ahora.
 
Fátima sigue siendo un mensaje válido para la Iglesia y para los cristianos.
- Ir a este Santuario mariano es dejar por el camino el peso de nuestra mediocridad.
- Pensar en este lugar, sobrio y tan distinto a otros, es caer en la cuenta de que DIOS se las ingenia para sorprendernos en el momento y en el rincón más insospechado.
- Rezar en “Cova da Iría” es concluir que María es un canal que nos conduce al encuentro personal y comunitario con Dios.
- Celebrar la Eucaristía al pie de aquella Basílica es orientar los sentidos hacia el Oriente de donde viene la fuerza de la Palabra y el testimonio de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

UNA PALABRA:
“El poderoso ha hecho obras grandes en mí, su nombre es santo” (Lc 1,49)

Volver de FÁTIMA a la realidad de cada día:
- Es saber que siempre hay un “misterio” escondido que al final de nuestros días Dios mismo se encargará de resolver.
- Es caer en la cuenta de que nos queda un trecho para cumplir, como María lo hizo, en la obediencia a Dios.
- Es seguir pensando y creyendo que “los grandes fenómenos” que ocurren en la ciencia y en la naturaleza… siguen teniendo su origen en el dedo de Dios. 
- Es confiar en un Dios que cura y sana a todo aquel que quiere revestirse con un talante y un espíritu nuevo: la belleza interior. 
- No poner tanto el acento, en las apariciones y signos extraordinarios, como cuanto en contemplar los pequeños acontecimientos de cada jornada como una presencia real y misteriosa de Dios… donde, además, Dios habla. Todos los días cuando intentamos cumplir el ideario de DIOS para nuestra vida y nuestro mundo, en nuestra Iglesia y para nuestra tierra… podemos decir que son un buen caldo de cultivo para la presencia de María.

9 may 2012

Ante la Eucaristía

No he venido a consolarte, ni a calmar tus heridas con mis lágrimas ni a ofrecerte mi pecho como refugio de tu cansancio...
¿Quién soy yo para darte lo que no poseo, para ofrecerte un amor que no ha logrado encenderme todavía?

Yo he llorado también, Dios mío, y mi soledad es ancha y profunda, tan ancha que mis ojos no saben dónde está la otra orilla, la ribera donde huye el desamparo, donde hay sombras amigas y un agua fresca, pura, que con un sorbo apagaría esta sed que me quema.

Pero no vengo tampoco a pedirte que me sacies y apacigües.
Es justo que muera de sed, es justo que una inquietud
más honda que la noche torture mi alma...
Es justo. Lo sabemos Tú y yo sin decirlo...

No vengo a suplicarte que levantes el peso
que lastima mis hombros,
ni que hagas florecer bajo mis pies las rocas...

Vengo a estar a tus pies, a mirarte despacio, a ser bajo tus ojos...

Y me postro a la entrada del camino que lleva hacia Ti.
Y espero silenciosamente, obstinadamente, sujetando
mis sentidos y mis potencias
para que todo lo mío desaparezca...

Y por eso, Dios mío, quiero negarme con todas
mis fuerzas
a hablarte, a sentirte,
porque sería sentirme y hablarme, cuando todo lo mío
debe tender a humillarse, a romperse,
a quebrantar sin miedo en mi alma
y en mi espíritu lo propio,
lo personal, lo que me aleja de Ti.

Y si tengo paciencia obrarás el milagro. Si consigo
no resistir, no oponerme, no luchar,
obtendré la victoria.

Vencerás Tú, Señor y Dios mío. Permanecerás Tú
y mi viejo ser, devorado por tu presencia,
pasará de esta nada que soy a esa eternidad que eres Tú.

Soy un agua sin cauce. Detenme en tu pozo.
Cíñeme en tus lisas paredes, contenme en Ti.

¿Para qué quiero esta libertad que me aleja de Ti,
que eres la libertad verdadera?
Todos los yugos que he roto me han sujetado
más estrechamente a mi misma
haciéndome mi propia esclava.

POr eso heme aquí en tierra, inmóvil.
En un intento de donación completa y absoluta.
Acéptame, Señor, quémame
para que renazca verdaderamente
y eternamente en Ti...
                                                                          
Ernestina de Champourcin

6 may 2012

Día de la madre


ORACIÓN DE LA MADRE NUMEROSA

        Tú, Señor, ¿cómo me ves, teniéndote que rezar siempre, mientras voy remendando calcetines, vigilo la olla exprés o pago cuentas de colegios y zapateros? De verdad que me gustaría hacerlo de rodillas, serenamente, con el velo de encaje a la cabeza y un rosario de nácar entre las manos...
            ... Pero a ver, ¿qué otra cara quieres que te ponga que esta seria de cruz gravitante que Tú mismo has sembrado sobre la ancha maternidad?
Las mujeres de anillo viejo no pueden hablarte más que con ese peso de un árbol crecido y ubérrimo sobre las espaldas o con el lento paso de vía crucis de unos hombros que aguantan, y cierta madurez en el ramaje de las ilusiones. Es la verdad y la digo, pero en seguida te ruego que me mires a los ojos cuando asocio las palabras “madre” y “cruz”. Fíjate si no hay en ellas el mismo estallido de primavera que en el “si” de mis relaciones, que en la mañana nupcial o que en el anuncio del primer hijo. Como Tú, las madres acabamos vistiendo de púrpura y llevando corona de espinas, pero apenas si importa cuando es el perpetuo azahar del amor el que nos nimba la frente y la santa túnica de la felicidad, la que cuelga desde los hombros. Cuando a nosotras se nos anuncia la maternidad, nuestro vientre se hace denso y tira hacia los ladrillos; son los senderos de las raíces. Los dos nos identificamos en el peso del mismo ciclo de fecundidad. Que ellos se pongan lejos y miren ahora a tu tronco, con sus dos mil años de fantásticas cosechas. Que se fijen también en mi bosque, con sus expertos retoños. Claro que los árboles verdes necesitan de fríos, huracanes, filos de popa y violento crecer en derecho, pero por dentro se mueve y canta una savia de vida que se llama felicidad. La Redención, como el trajinar por los hijos, tiene la alegre promesa de un vivero.  A tu Gracia y a mi maternidad les tocan milagrear las heridas en amor.
            Hay a quien le defrauda que la ilusión se monde de su cáscara de vestido de domingo, farolillos y perfume tumultuoso de la juventud, pero yo me quedo con el buen gusto entre los dientes de una pulpa madura y nutritiva. Bendito seas, Señor, por tantas manzanas como cuelgas de mi árbol. Cada noche hago cuentas y me rezuma por los labios la miel de la bienaventuranza de cada día. Hoy es el tono serio con que el primogénito se esfuerza para el  codo a codo con nuestra responsabilidad.
 ... Un día y otro, los desprendimientos de todos, sus delicadezas, sus cortesías, el limpio acariciar de sus ojos; o su fragancia de almas, todo eso que acercan los hijos hasta el mantel de mi corazón, como trozos de esa hogaza espiritual que Tú le amasas cada día.
            FATIGADA y todo, ¿qué otra cosa puede decirte una madre más que “gracias”? Gracias por tantos sillares de mujer fuerte y por esos dulces manantiales que nacen de lo hondo. Gracias por esa tu misma mirada a mis hijos (que aún no siembran), que a los pájaros y los lirios del campo. Gracias por este número sin fin de antorchas que han nacido y nacerán de mi lumbre. Y gracias también, Señor, por esa moneda tuya de oro que depositas en cada corazón y que ellos, te lo prometo, han de trabajar y crecer holgadamente en el buen afán  del amor por Ti en las criaturas.

Beato Manuel Lozano Garrido, periodista
 

2 may 2012

Los tres secretos de María

 Debemos salmodiar en el silencio de la oración las palabras y frases del Avemaría, contemplando a la Virgen en cualquiera de los tres momentos de la Anunciación: Antes de llegar el ángel; a solas en oración ante el Padre de los cielos, abriéndose con la sencillez espontánea y natural, generosa, de una rosa que se abre, con el ángel que la saluda; después, cuando se ha retirado Gabriel, a solas con el Verbo encarnado.

Nuevamente encarnado para mí ahora, porque ahora es cuando se encarna, porque quizá ahora es cuando más cerquita estoy de poder extasiarme ante esa maravilla que es Dios-hombre para mí. Uno de los Tres se ha encerrado en el seno de la Virgen. Uno de los Tres exinanivit semetimsum, se anonadó a sí mismo. Uno de los Tres, por mí.

Así hay que hacer ahora la oración, contemplando a la Virgen, repitiéndole con el corazón las palabras o las frases del Avemaría. “Virginiza”, dice san Anselmo, a los que se acercan. Si tú te virginizas, el enamoramiento vendrá como consecuencia y la fecundidad no será más que la resultante. Corazón virginal es lo primero que le hace falta a un cristiano.

Corazón virginal que no se contempla a sí mismo, que no se deleita en sí mismo; que no busca “amores ajenos” de ninguna clase. Los tres secretos de María en la Anunciación, son tres secretos de amor. La sinfonía del amor en tres tiempos maravillosos.

El primero, de la gracia, de la caridad de Dios hacia los hombres, su amor a María, llena de gracia. Segundo momento, el de la virginidad, es el amor de María que como rosa fragante, se abre hacia Dios, entregándose a Él sin reservas. Flor de consagración y renuncia. El tercer tiempo de esta sinfonía es la Encarnación, es la plenitud de este concierto de amor, la expresión más perfecta del amor de Dios al hombre y del amor del hombre a Dios.

Dios te salve, María, santa madre de Dios... Tres llaves para los tres secretos: El primer secreto nos lo dio la mano blanca de Gabriel cuando la saludó: “Dios te salve, llena de gracia”. Tendría ella 13 años, vivía en Nazaret, ciudad pequeñita, desconocida en la geografía humana pero para Dios la capital del mundo.

En este Nazaret vivía María, la niña de los tres secretos. Llena de la gracia, don divino, el mejor regalo que Dios puede hacer al hombre. Él encerró, como en arca preciosa, este tesoro en el alma de María. Y lo encerró, sin escatimar: llena, sobreabundante. Cuando la marea sube, desaparecen las rocas y se pierde de vista la playa, Corazón inmaculado de la Virgen.

El segundo secreto lo abrió ella misma, con su propia llave, cuando dijo: no conozco varón. Es decir, estoy consagrada a Dios, por la entrega de mi virginidad, para Él solo. Y germinó en la tierra una flor hasta entonces desconocida, la virginidad. A esa flor, María, se acerca el Espíritu Santo. Siempre busca flores de virginidad en que poder posarse. Corazones que vivan el momento presente, corazones que no se dejen zarandear por la imaginación o la sensibilidad. En esos corazones se posa el Espíritu Santo, como en María para cubrirla con su sombra, para convertirla en madre sin dejar de ser virgen. Para hacerla fruto, permaneciendo flor.

El tercer secreto es el mayor de todos, la clave, la razón de ser de los otros dos. El secreto, cuya llave es el mismo Dios que nos lo revela en la Sagrada Escritura. Una llave divina que abre un misterio oculto hasta entonces, oculto a los mismos ángeles. Cristo se encarna en las entrañas de María, es la salvación del mundo, es la salvación de todos los hombres. Obedeciendo, dice san Ireneo, es decir amando; porque obedecer es amar y amar es obedecer. Obedeciendo, la Virgen fue causa de la salvación propia y de la del mundo.

Esta frase hoy, en que dentro de la misma Iglesia hay una rebeldía contra las autoridades legítimamente constituidas: obedeciendo, es decir, amando. Amar es obedecer, y obedecer es amar. La Virgen fue causa de la salvación propia y de la del mundo. “Aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

Tres secretos de amor, y tres llaves. Y ahora llego yo con mi cuarta llave, la de mi libertad propia, que tan pronto cierra la puerta como la abre. La cierra unas veces a Dios para abrirla al ladrón, y otras veces al revés. Al ladrón que roba el amor y la gracia, al amor que es el sentimentalismo, la imaginación, la inconstancia... Madre, aquí tienes mi llave, ponla en tu llavero de los tres secretos, mi puerta abierta para la gracia, para que Cristo venga a mi vida. María, niña de los tres secretos y Madre. Ama de llaves de mi casa y de mi vida, toma todos mis secretos, todas mis llaves; y que me deje yo bañar en la luz, que el Verbo Encarnado irradia y en la que te envuelve. Para que yo empiece a conocerle a amarle y a seguirle.

Padre Tomás Morales, S.J.