2 sept 2011

El obispo del Sagrario Abandonado

Don Manuel González, beato de la Iglesia, fundador de las Misioneras Eucarísticas de Nazaret... y de toda la gran familia que forma la Unión Eucarística Reparadora UNER, tiene una vida apasionante, luminosa, ejemplar,... una vida hermosa que merece ser conocida.

Nació en Sevilla, cuarto de cinco hermanos, en 1877, dentro una familia humilde y profundamente religiosa. Su padre era carpintero. De pequeño, Manuel formó parte de los famosos «seises» de la catedral de Sevilla, grupo de niños de coro que bailan en las solemnidades del Corpus Christi y de la Inmaculada. Esto dejó una profunda huella en su joven corazón, donde su amor a la Eucaristía y a María Santísima se consolidaron.

La vivencia cristiana de su familia y el buen ejemplo de sacerdotes le llevaron a descubrir su vocación. Sin previo aviso a sus padres, se presentó al examen de ingreso al seminario. Ellos acogieron esta sorpresa del hijo aceptando los caminos de Dios. Manuel, consciente de la situación económica en su casa, pagó la estancia de sus años de formación trabajando como criado. Finalmente llegó el esperado 21 de septiembre de 1901, fecha en la que recibió la ordenación sacerdotal de manos del Beato Cardenal Marcelo Spínola (fundador de las Esclavas del Divino Corazón).

En 1902 fue enviado a dar una misión en Palomares del Río, pueblo donde Dios le marcó con la gracia que determinaría su vida sacerdotal. Él mismo nos describe esta experiencia:


"Fuime derecho al sagrario... y ¡qué sagrario, Dios mío! ¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para mi casa! Pero, no huí. Allí de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, mi fe veía, a través de aquella puertecilla apolillada, a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba... que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio... La mirada de Jesucristo en esos sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal:
Ser cura de un pueblo que no quisiera a Jesucristo, para quererlo yo por todo el pueblo, emplear mi sacerdocio y cuidar a Jesucristo en las necesidades que su vida de Sagrario le ha creado, alimentarlo con mi amor, calentarlo con mi presencia, entretenerlo con mi conversación, defenderlo contra el abandono y la ingratitud, proporcionar desahogos a su Corazón, servirle de pies para llevarlo a donde lo desean, de manos para dar limosna, de boca para hablar de Él y consolar por Él y gritar a favor de El cuando se empeñen en no oírlo… hasta que lo oigan y lo sigan… ¡Qué hermoso sacerdocio».

En 1910, se dirige a un grupo de colaboradores y les dice:
"Permitidme que yo, que invoco muchas veces la solicitud de vuestra caridad en favor de los niños pobres y de todos los pobres abandonados, invoque hoy vuestra atención y vuestra cooperación en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado... Os pido, por el amor de María Inmaculada y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os hagáis las Marías de esos sagrarios abandonados"
La gran familia de la Unión Eucarística Reparadora, se inició entonces con la rama de laicos denominada Marías de los Sagrarios y Discípulos de San Juan, y se extendió rápidamente. Le siguió la Reparación Infantil Eucarística, y años después las misioneras Eucarísticas de Nazaret y la Juventud Eucarística Reparadora.

En 1916 es nombrado Obispo Auxiliar de Málaga, y en 1920 Obispo titular. La noche del 11 de mayo de 1931 una masa de gente azuzada, incendia el Palacio Episcopal de Málaga y reduce a cenizas los tesoros artísticos y documentales, así como los de la mayoría de los templos y conventos de Málaga. El obispo logra escapar por una puerta trasera del edificio en llamas.  Es descubierto por los incendiarios, marchando de la ciudad para no poner en peligro a quienes le habían dado refugio. Llega a Gibraltar y después a Madrid, desde donde sigue dirigiendo la Diócesis.

En 1935, es nombrado obispo de Palencia, donde pasará sus últimos años. Allí conoce al Hermano Rafael, en la Trapa de San Isidro de Dueñas.
"¡Qué mayor alegría para mí que caer en las calles muerto para hacer bien a mis hijos de Palencia!"

Marchó a la Casa del Padre en 1940. Está enterrado en la Catedral de Palencia, bajo una lápida con esta frase que él mismo dictó:
 «Pido ser enterrado junto a un Sagrario,
para que mis huesos, después de muerto,
como mi lengua y mi pluma en vida,
estén siempre diciendo a los que pasen:
¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!».

Y para los que han perdido un ser querido, don Manuel dijo:
Que gran consuelo siente mi alma al pensar, que de nuestros queridos difuntos, solo nos separa "el canto" de una Hostia: del lado de acá , nosotros todavía peregrinos, del lado de allá ellos, gozando ya de la visión completa de Dios, ya la realidad de la Comunión de los santos.

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