¡Al Sagrario! Cerrados los ojos y los oídos y la memoria y la imaginación y el pensamiento para todo lo de fuera, ¡a estar con Dios solo!¡Ya lo sentiréis llegar...!, y si permanecéis quietecitos allí, ya lo oiréis hablar, y si no quiere hablar ya veréis después cuando volváis al trabajo cómo os hizo u os dejó algo.
Por lo menos esos ratos de descanso ante el Sagrario, os servirán para que apreciéis clara y distintamente la parte de Dios y la parte vuestra en vuestro trabajo pendiente, en el afecto dominante, en la idea que halagáis, en el celo, en la virtud, que al parecer os adorna...
¿Comprendéis por qué el Maestro invitaba tantas veces al reposo a sus cooperadores?
¡Es tan fácil que la agitación del trabajo cotidiano y aun del ministerio apostólico nos quite la vista de lo que pone Dios y ponemos nosotros en ellos y nos induzca a confusiones y a equivocaciones lamentables!
¡Descansad un poco! Y veréis cómo el reposo precipita al fondo de vuestra conciencia las miserias y torpezas de la parte del hombre y hace flotar las maravillas de misericordia y gracia de la parte de Dios... Y ¿os parece poco ir sabiendo en cada obra que hacéis, en cada beneficio o persecución que recibimos la parte de Dios para agradecerla y secundarla
y la parte nuestra para corregirla, si es defectuosa, reforzarla, si es débil, anularla, si es perjudicial, o guardarla perseverante, si es buena?
Vuelvo a deciros, ¡a descansar un poco todos los días en el Sagrario!, ¡a estar a solas con Dios!
Trabajad con vuestros pies, con vuestras manos, con vuestra boca, con vuestra cabeza, con todo vuestro corazón... pero, ¡por Dios!, que no olvidéis el trabajar de rodillas..., esto es, ¡descansad un poco!
Beato D. Manuel González,
Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario
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