Los creyentes, con la belleza y la dignidad de su vida, son testigos gozosos de Jesús resucitado. Viven del Espíritu de Cristo y en Cristo, porque su vida se alimenta en la mesa del Señor, donde cada día pueden asistir al milagro de la Eucaristía , y donde el Cuerpo entregado y la Sangre derramada del Señor se ofrecen en abrazo de unión que les permite hacerse una carne con el Cuerpo resucitado de Cristo y un cuerpo con sus hermanos.
Con entrañas de Eucaristía ofrendan y hacen fecundos todos los espacios y todos los momentos de la vida, no como conquista humana, sino como fruto del don acogido. Viven del don que nunca deja de ser a la vez promesa futura y tarea presente, adoración postrada y obrar diligente, conscientes de que la historia es el tiempo que Dios se toma para ir haciendo a su criatura hasta conducirla a la plenitud querida por Dios y ya manifestada en
La existencia de los creyentes es un caminar continuamente orientado hacia Cristo, con el oído despierto a su Palabra meditada hecha carne, que les posibilita vivir con sobrecogedora dignidad la prosperidad y la adversidad, la salud y la enfermedad, todos los avatares y los momentos de la existencia, incluso la temida vejez y la muerte, abiertos al don del Espíritu de Cristo resucitado que les permite vivir la cruz no desde la rebeldía y la desesperanza, sino desde la fecundidad de la obediencia, confiados en la misericordia del Señor que les ha prometido vivir eternamente con Él.
Los creyentes se desbordan en compasión y perdón; entregan la vida que se aprecia y se acoge como un don precioso para que se haga don para otros y despierte el deseo de entrega, de amar y servir, porque comprenden que la gloria del hombre es perseverar y permanecer en el servicio de Dios, un Dios que en Jesucristo, el Hijo hecho Siervo por Amor, ha salido a su encuentro: los ha acogido, los ha lavado, los ha servido, los ha alimentado, los ha liberado, los ha fortalecido hasta hacerlos presencia suya en medio de los hombres, sin que por ello se crean superiores a los demás: simplemente se sienten y actúan como servidores del don, y esto constituye su gozo y su recompensa.
Madre Verónica Berzosa
Fundadora de Iesu Communio
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