eleva tus ojos a la Estrella del Mar:
¡invoca a María!.
Si te golpean las olas de la soberbia,
mira a la Estrella,
¡invoca a María!
Si la cólera, la avaricia,
la sensualidad de tus sentidos
quieren hundir la barca de tu espíritu,
que tus ojos vayan a esa estrella:
¡invoca a María!
Si ante el recuerdo desconsolador
de tus muchos pecados y de la severidad de Dios,
si sientes ir hacia el abismo del desaliento o de la desesperación,
lánzale una mirada a la estrella, e invoca a la Madre de Dios.
En medio de tus peligros, de tus angustias,
de tus dudas, piensa en María, invoca a María!
El pensar en Ella y el invocarla,
sean dos cosas que no se aparten nunca
ni de tu corazón ni de tus labios.
Y para estar más seguro de su protección
no te olvides de imitar sus ejemplos.
Siguiéndola no te pierdes en el camino!
¡Implorándola no te desesperarás!
¡Pensando en Ella no te descarriarás!
Si Ella te tiene de la mano no te puedes hundir.
Bajo su manto nada hay que temer.
¡Bajo su guía no habrá cansancio,
y con su favor llegarás felizmente
al puerto de la Patria Celestial!
Amén
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