La oración en Getsemaní:
Nosotros, en la oración debemos ser capaces de llevar ante Dios nuestros cansancios, el sufrimiento de ciertas situaciones, el compromiso cotidiano de seguirlo, así como el peso del mal que vemos en nosotros y en nuestro entorno, para que él nos dé esperanza, nos haga sentir su cercanía, un poco de luz en el camino de la vida.
En ningún otro lugar de las Escrituras podemos asomarnos tan profundamente al misterio interior de Jesús. Su oración durante su agonía en Getsemaní y sus últimas palabras en la cruz revelan la profundidad de su oración filial: toma sobre sí todas las angustias de la humanidad, las súplicas e intercesiones de la historia de la salvación; las presenta al Padre, quien las acoge y escucha, más allá de toda esperanza. Nosotros, en la oración debemos ser capaces de llevar ante Dios nuestros cansancios, el sufrimiento de ciertas situaciones, el compromiso cotidiano de seguirlo, así como el peso del mal que vemos en nosotros y en nuestro entorno, para que él nos dé esperanza, nos haga sentir su cercanía, un poco de luz en el camino de la vida.
La oración de Jesús en la Cruz. En la oración de Jesús se encierran la extrema confianza y el abandono en las manos de Dios, incluso cuando parece que permanece en silencio, siguiendo un designio que para nosotros es incomprensible. Es un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que deriva del amor y ya lleva en sí mismo la redención, la victoria del amor.
En la oración llevamos a Dios nuestras cruces de cada día, con la certeza de que él nos escucha. El grito de Jesús nos recuerda que en la oración debemos superar las barreras de nuestro «yo» y abrirnos a los sufrimientos de los demás. La oración de Jesús moribundo en la cruz nos enseña a rezar con amor por tantos que sienten el peso de la vida cotidiana, que viven momentos difíciles, que atraviesan situaciones de dolor, que no cuentan con una palabra de consuelo. Llevemos todo esto al corazón de Dios, para que también ellos puedan sentir el amor de Dios que no nos abandona nunca.
Las palabras de Jesús en la cruz abren nuestra oración a una serena confianza y a una firme esperanza. Nos invita al difícil gesto de rezar incluso por aquellos que nos han hecho mal, sabiendo perdonar siempre, a fin de que la luz de Dios ilumine su corazón; nos invita a vivir, en nuestra oración, la misma actitud de misericordia y de amor que Dios tiene para con nosotros. Nos comunica la certeza de que, por más duras que sean las pruebas, difíciles los problemas y pesado el sufrimiento, nunca caeremos fuera de las manos de Dios, esas manos que nos han creado, nos sostienen y nos acompañan en el camino de la vida. En la cruz él vive plenamente, en el amor, su relación filial con Dios, que anima su oración. La oración de Jesús ante la muerte es dramática como lo es para todo hombre, pero, al mismo tiempo, está impregnada de esa calma profunda que nace de la confianza en el Padre y de la voluntad de entregarse totalmente a él. La oración de Jesús, en este momento de es un fuerte grito de confianza extrema y total en Dios.
Benedicto XVI
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