Jesús camina arrastrando la cruz entre la muchedumbre. El pueblo de Jerusalem, que pocos días antes le recibió entre aclamaciones, ahora festeja su condena a muerte. Cerca, entre ellos, camina María, arrastrando la cruz de Su Hijo con su corazón desgarrado de tanto dolor. Entonces, se encuentran ambos, y al cruzar sus miradas, María está serena. Mira a Jesús con sus ojos dulces llenos de lágrimas y llenos de paz.
Sabe que todo es voluntad del Padre y con su mirada vuelve a pronunciar ese “hágase en mi según tu palabra” que le dijo al ángel. No duda. A lo largo de su vida, María ha ido guardando todas las cosas en Su corazón para así servir mejor a Dios. Jesús no está solo. Su Madre le acompaña, abrazando Ella también la cruz.
Así, María une el sacrificio de Cristo a Su propio sacrificio y asume la misión de corredentora de toda la humanidad.
Madre mía, quiero acompañarte poniendo mi corazón al lado del tuyo, desgarrados ambos, pero aceptando cada pena, cada dolor, cada cruz, porque me une a Dios. Contigo como dulce cirenea de mi cruz personal, que prosiga mi paso, aunque sea indeciso, tras los de Jesús recorriendo el camino de la salvación.
Amén.
Fátima, Via Crucis en Valinhos, abril de 2011
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