17 nov 2011

Reflexión sobre la cruz, de Edith Stein

La visión del mundo en que vivimos, la necesidad, la miseria y el abismo de la maldad humana sirven para atenuar siempre de nuevo el gozo de la victoria de la luz. La humanidad lucha todavía en el barro y aún es pequeño el rebaño que ha logrado ponerse a salvo en las más altas cimas del monte. La batalla entre Cristo y el Anticristo todavía no se ha dirimido. En esta batalla los seguidores de Cristo tienen su puesto. Y su arma principal es la Cruz.
Nowa Huta - David López Ribes

¿Cómo se puede comprender esto? El peso de la Cruz, que Cristo ha cargado, es la corrupción de la naturaleza humana con todas sus consecuencias de pecado y sufrimiento, con las cuales es castigada la humanidad caída. El regreso de la humanidad liberada al corazón del Padre celeste y el estado de hijos adoptivos es un don gratuito de la gracia, del amor omnimisericordioso. Pero ello no puede suceder a costa de la santidad y justicia divinas. La totalidad de las culpas humanas, desde la primera caída hasta el día del juicio, tiene que ser borrada por una expiación equivalente. Las tres caídas de Cristo bajo el peso de la Cruz corresponden a la triple caída de la humanidad: el pecado original, el rechazo del Redentor por su pueblo elegido y, la apostasía de aquellos que llevan el nombre de cristianos.
El Salvador no está solo en el camino de la Cruz y no son sólo enemigos los que le acosan, sino también hombres que le apoyan:
como modelo de los seguidores de la cruz de todos los tiempos tenemos a la Madre de Dios;
como tipo de aquellos que asumen el peso del sufrimiento impuesto y soportándolo reciben su bendición, tenemos a Simón de Cirene;
como representante de aquellos que aman y se sienten impulsados a servir al Señor esta Verónica.
Cualquiera que a lo largo del tiempo haya aceptado un duro destino en memoria del Salvador sufriente, o haya asumido libremente sobre sí la expiación del pecado, ha expiado, en parte, el inmenso peso de la culpa de la humanidad y ha ayudado con ello al Señor a llevar esta carga; o mejor dicho, es Cristo-Cabeza quien expía el pecado en estos miembros de su cuerpo místico que se ponen a disposición de su obra de redención en cuerpo y alma.
Podemos suponer que el pensamiento en estos fieles que le habrían seguido en el camino del dolor, fortaleció al Salvador en la noche del Monte de los Olivos. Y la fuerza de estos Cargadores de la Cruz viene en su ayuda después de cada caída.
No se trata, pues, de un recuerdo simplemente piadoso de los sufrimientos del Señor cuando alguien desea el sufrimiento. La expiación voluntaria es lo que nos une más profundamente y de un modo real y auténtico con el Señor. Y esa nace de una unión ya existente con Cristo. La naturaleza humana huye del sufrimiento. Y la búsqueda del sufrimiento como satisfacción perversa por el dolor es algo muy distinto de la voluntad de sufrir por expiación. No se trata de una aspiración espiritual, sino de un deseo sensible y no mejor que las otras pasiones, sino mucho peor por ir contra natura.

Sólo puede aspirar a la expiación quien tiene abiertos los ojos del espíritu al sentido sobrenatural de los acontecimientos del mundo; esto resulta posible solo en los hombres en los que habita el Espíritu de Cristo, que como miembros de la Cabeza encuentran en Él la vida, la fuerza, el sentido y la dirección.
Por otro lado la expiación une más íntimamente con Cristo, al igual que una comunidad se siente más íntimamente unida cuando realizan juntos un trabajo, o al igual que los miembros de un cuerpo se unifican cada vez más en el juego orgánico de sus funciones.

Así como el ser-uno con Cristo es nuestra beatitud y el progresar en llegar a ser-uno con Él es nuestra felicidad en la tierra, entonces el amor por la Cruz y la gozosa filiación divina no son contradictorios. Ayudar a Cristo a cargar con la Cruz proporciona una alegría fuerte y pura; y aquellos que pueden y deban, los constructores del Reino de Dios, son los auténticos hijos de Dios. De ahí que la preferencia por el camino de la Cruz no signifique que el Viernes Santo no haya sido superado y la obra de redención consumada.
Solamente los redimidos, los hijos de la gracia, pueden ser portadores de la Cruz de Cristo. El sufrimiento humano recibe fuerza expiatoria solo si está unido al sufrimiento de la cabeza divina. Sufrir y ser felices en el sufrimiento, estar en la tierra, recorrer los sucios y ásperos caminos de esta tierra y, con todo, reinar con Cristo a la derecha del Padre; con los hijos de este mundo reír y llorar; y con los coros de los ángeles cantar ininterrumpidamente alabanzas a Dios: ésta es la vida del cristiano hasta el día en que rompa el alba de la eternidad.

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