17 abr 2012

Testigos de Jesús resucitado



Tomás fue el que dijo una vez: "Vayamos también nosotros y muramos con él". Y en la Última Cena expresó al Señor su ignorancia, con la mayor sencillez: "Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?". Tras la visita de Jesús, que había resucitado, los Apóstoles buscaron a Tomás para decirle: "¡Hemos visto al Señor!" Pero Tomás, como los demás, estaba profundamente afectado por lo que habían visto sus ojos: jamás olvidaría la Crucifixión y Muerte del Maestro. No da ningún crédito a lo que los demás le dicen: "Si no veo la señal de los clavos en sus manos, y no meto mi dedo en esa señal de los clavos y mi mano en su costado, no creeré". Los que habían compartido con él aquellos tres años y con quienes por tantos lazos estaba unido, le repetirían de mil formas diferentes la misma verdad, que era su alegría y su seguridad: "¡Hemos visto al Señor!"
Cuando tras ocho días regresa Jesús, y le dice a Tomás: "Trae aquí tu dedo y mira mis manos, y trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente".
La respuesta de Tomás es un acto de fe, de adoración y de entrega sin límites: "¡Señor mío y Dios mío!" Son las suyas cuatro palabras inagotables. Su fe brota, no tanto de la evidencia de Jesús, sino de un dolor inmenso por no haber creído y de un inmenso amor, que le lleva a adorar a Cristo su Dios y Señor.
Dice San Gregorio Magno:  "La divina clemencia actuó de modo admirable para que, tocando el discípulo dubitativo las heridas de la carne de su Maestro, sanara en nosotros las heridas de la incredulidad (...). Así el discípulo, dudando y palpando, se convirtió en testigo de la verdadera resurrección". Así las dudas de Tomás sirven para confirmar la fe de los que más tarde habrían de creer.

Si nuestra fe es firme, también se apoyará en ella la de otros muchos. Es preciso que nuestra fe en Jesucristo vaya creciendo de día en día, que aprendamos a mirar los acontecimientos y las personas como Él los mira, que nuestro actuar en medio del mundo esté vivificado por la doctrina de Jesús. Pero, en ocasiones, también nosotros nos encontramos faltos de fe como el Apóstol Tomás. Tenemos necesidad de más confianza en el Señor ante las dificultades en el apostolado, ante acontecimientos que no sabemos interpretar desde un punto de vista sobrenatural, en momentos de oscuridad, que Dios permite para que maduremos en lo espiritual...
¡Señor mío y Dios mío! ¡Mi Señor y mi Dios! Estas palabras han servido como acto de fe en la presencia real de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía, al pasar delante de un sagrario, en el momento de la Consagración en la Santa Misa... También nos ayudan a actualizar nuestra fe y nuestro amor a Cristo resucitado, realmente presente en la Hostia Santa.

El Señor le contestó a Tomás: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto".
La Resurrección del Señor es una llamada a que manifestemos con nuestra vida que Él vive. Las obras del cristiano deben ser fruto y manifestación del amor a Cristo.
Jesucristo nos pide también que le confesemos con obras delante de los hombres, de forma valiente siendo testigos de su Amor. Pensemos en nuestro trabajo, en nuestra familia y amigos, en el ambiente que nos rodea: ¿se nos conoce como personas que llevan vida de fe?, ¿nos falta audacia en el apostolado?, ¿somos ese cauce para que Cristo vivo llegue a los demás?... Somos de verdad TESTIGOS???

Pidamos a Nuestra Madre, la Virgen María, que nos ayude a manifestar con nuestra conducta y nuestras palabras que Cristo vive para que, manteniéndonos firmes en nuestra fe, sirvamos de apoyo a la fe de muchos.

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