31 mar 2012

Domingo de Ramos


Añadir leyenda
 Cuando peces volaban y andaban las florestas
y los higos crecían entre espinas,
cuando la luna era de sangre, entonces

fue que vine a la vida.
Con monstruosa cabeza, repelente rebuzno
y las orejas como errantes alas,
parodia andante del demonio, en medio
de la restante grey de cuatro patas.

Descastado harapiento de la tierra,
viejo, maligno y terco.
azotadme, burlaos; yo estoy callado,
yo guardo mi secreto.
¡Tontos! sabed que tuve alguna vez mi hora,
una lejana y dulce hora de rapto;
hubo clamores junto a mis oídos
y palmas a mi paso!

G.K. Chesterton, The Donkey
(traducción de Julio Cortázar)

30 mar 2012

Jesús se entrega para rescatarnos


El don del amor de Dios desciende sobreabundante y salva al hombre, a todo hombre y siempre. La decisión de Jesús de llevar su amor hasta el extremo, hasta la muerte en cruz, es la manifestación de un hecho inaudito que está como contenido y viene exigido por la encarnación: Dios se solidariza con el destino del hombre, asume su dolor, su impotencia, su muerte. Un Dios encarnado es un "Dios para la muerte", un Dios que asume mi muerte, mi dolor, mi impotencia y las rescata para hacerme "capaz de Dios", convertirme en un hombre divinizado, en comunión con la vida y el amor de Dios.

"HE AQUÍ QUE ME HAS DADO UN CUERPO… AQUÍ ESTOY PARA HACER TU VOLUNTAD"

La muerte de Jesús no fue un accidente ni consecuencia sólo del complot de los enemigos de Cristo. En ella, Jesús, el Hijo obediente, mediante la entrega de su vida, salva nuestra desobediencia. Él, que ha recibido un cuerpo (una naturaleza humana) del Padre, se entrega como hombre, entrega su cuerpo, su pasión, su muerte, para rescatar de la desobediencia a todos los hombres, sus hermanos.

Que la Virgen dolorosa y de la esperanza, nos ayude a vivir en su intimidad estos santos e inabarcables misterios de redención: ¡Que seamos conmovidos y trastornados por el misterio del amor de Dios entregado!

Milicia de Santa María

29 mar 2012

La Redención de cada día


La Cuaresma es un buen momento para recordar que la Redención se sigue haciendo día a día y para detenernos a considerar los momentos en que se hace más patente: «Cada vez que se celebra en el altar el sacrificio de la Cruz, por el que se inmoló Cristo nuestra Pascua, se realiza la obra de nuestra redención» (Lumen Gentium).
Cada Misa posee un valor infinito; los frutos en cada fiel dependen de las disposiciones personales. Con San Agustín podemos decir, aplicándolo a la Misa, que «no está permitido querer con amor menguado (...), pues debéis llevar grabado en vuestro corazón al que por vosotros murió clavado en la Cruz». La Redención se realizó una sola vez mediante la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, y se actualiza ahora en cada hombre, de un modo particularmente intenso, cuando participa íntimamente del Sacrificio de la Misa.

Se realiza también la redención, de modo distinto a lo dicho anteriormente sobre la Misa, en cada una de nuestras conversiones interiores, cuando hacemos una buena Confesión, cuando recibimos con piedad los sacramentos, que son como «canales de la gracia». El dolor ofrecido en reparación de nuestros pecados –que merecían un castigo mucho mayor–, por nuestra salvación eterna y la de todo el mundo, nos hace también corredentores con Cristo. Lo que era inútil y destructivo se convierte en algo de valor incalculable. Un enfermo en un hospital, la madre de familia que se enfrenta a problemas que aparentemente la superan, la noticia de una desgracia que nos hiere profundamente, los obstáculos con los que cada día tropezamos, las mortificaciones que hacemos sirven para la Redención del mundo si las ponemos en la patena, junto al pan que el sacerdote ofrece en la Santa Misa.
Nos puede parecer que son cosas muy pequeñas, de poco peso, como las gotas de agua que el sacerdote añade al vino en el Ofertorio. Sin embargo, del mismo modo que esas gotas de agua se unen al vino que se convertirá en la Sangre de Cristo, también nuestras acciones así ofrecidas alcanzarán un valor inmenso a los ojos de Dios, porque las hemos unido al Sacrificio de Jesucristo. «El pecador perdonado es capaz de unir su propia mortificación física y espiritual, buscada o al menos aceptada, a la Pasión de Jesús que le ha obtenido el perdón» (Juan Pablo II). Nos hacemos así corredentores con Cristo.

Acudimos a la Virgen para que nos enseñe a vivir nuestra vocación de corredentores con Cristo en medio de nuestra vida ordinaria. «¿Qué sentiste, Señora, al ver así a tu Hijo? –le preguntamos en la intimidad de nuestra oración–. Te miro, y no encuentro palabras para hablar de tu dolor. Pero sí entiendo que al ver a tu Hijo que lo necesita, al comprender que tus hijos lo necesitamos, aceptas todo sin vacilar. Es un nuevo “hágase” en tu vida. Un nuevo modo de aceptar la corredención. ¡Gracias, Madre mía! Dame esa actitud decidida de entrega, de olvido absoluto de mí mismo. Que frente a las almas, al aprender de ti lo que exige el corredimir, todo me parezca poco. Pero acuérdate de salir a mi encuentro, en el camino, porque solo no sabré ir adelante.

26 mar 2012

La Anunciación a María: gracias por decir sí

Es mediodía. 
Veo la Iglesia abierta. 
Tengo que  entrar.

Madre de  Jesucristo,
no vengo a rezar.
No tengo nada que ofrecerte
 ni nada que rogarte.

Sólo he venido, Madre, para mirarte.
Mirarte, llorar de alegría, 
saber así:
que yo soy tu hijo, 
y que Tú estás aquí.

Sólo por un momento, 
mientras se para el aire. 
¡Mediodía!

Estar contigo, María, 
Allí donde Tú estés.

No decir nada,  mirar tu semblante. 
Dejar que el corazón cante
con su propio lenguaje.

No decir nada. Solamente cantar 
porque tenemos el corazón tan lleno,
como el mirlo que sigue sus anhelos en súbitos gorjeos.

Porque eres hermosa, 
porque eres Inmaculada,
la mujer en la Gracia por fin restituida.

La criatura en su honor primero
y en su desvelamiento final,
tal como salió de Dios la mañana de su esplendor original.

Inefablemente intacta 
porque tú eres la Madre de Jesucristo,
que es la Verdad en tus brazos,
y la única esperanza, y el fruto único.

Porque eres la mujer,
el Edén de la antigua ternura olvidada,
donde la mirada encuentra de golpe el corazón
y hace saltar las lágrimas en él acumuladas.

Porque es Mediodía, 
porque estamos en el día de hoy.
Porque estás aquí para siempre.
Simplemente porque eres María.
Por existir, sencillamente,
Madre de Cristo, te doy las gracias

La Virgen a Mediodía, de Paul Claudel

23 mar 2012

VÍA CRUCIS, del beato Lolo

I.- CONDENADO A MUERTE

Treinta y tres años tenía Él y esa mañana era también de primavera.
Sol, flores, fiesta y... tenerse que morir irremediablemente a una hora fija.
¡Si al menos le matasen bajo techo! Pero no: a la hora del mediodía, encaramado en un altozano y viendo azulear tranquilamente el humo jubiloso de chimeneas y dorarse la campiña, los montes y la dulce lejanía. ¡Qué bonita es la vida, Jesús; y qué pena también que a Ti te la hagan ahora sangre y te den la muerte.
Pero, ¿qué has podido hacer, tan grave, al margen de dar vista a los ciegos o multiplicar el copo de las barcas?
(Cartas con la señal de la Cruz, p. 164)

 

II.- CARGA CON LA CRUZ

La Cruz es el instrumento de Redención: a los suplicios se superpone la realidad del amor. Caminar por la Vía Dolorosa es llevar sobre los hombros el signo inconfundible de ser un elegido; oír continuamente la llamada a ser misionero del amor.
(El sillón de ruedas, p. 231) 

 

III.- PRIMERA CAIDA

Mira, Cristo, yo también soy un condenado a muerte; llevo mi cruz a cuestas, caigo bárbaramente ante las peripecias de cada día, soy desnudado por el infortunio y a cada momento me clavan las manos los martillazos de la inutilidad. Sólo falta que mi vida sea también redentora.
(Dios habla todos los días, p. 32)

 

IV.- ENCUENTRA A SU MADRE

¡Qué distinto es el dolor cuando se cuenta al lado con dos ojos cordiales que lo entienden! Cuando en la hora decisiva el mundo entero estaba de espaldas y el mismo Padre corría una veladura, consintiendo una sensación de abandono, María es como una cumbre viva que tiene la estrella de la consolación en el vértice.
(Cartas con la señal de la Cruz, p. 143)

 

V.- EL CIRINEO

Simón: cuando el hombre caído pudo levantar la cabeza, ¿te acuerdas del modo con que te miró? ¿¡No lo vas a recordar si era como si te conectaran en los ojos una fuente de agua dulce que te iba resbalando hasta el mismo corazón!?
Simón: si tú tocas a ciegas y sabes distinguir lo que es un escardillo, la azada o el puño de un arado, dime: el tronco aquél ¿era un árbol cualquiera o le notaste el calor y la potencia de una savia que no fuese de esta vida?
Simón: ¿cuánto pesaba, verdaderamente, aquel pedazo de madera que llevabais a escote entre tú y aquel Nazareno desconocido?
Simón: cuando se está dentro de un suceso tan doloroso, ¿cómo se ven las gentes a las que estamos sirviendo de espectáculo?
¡Qué envidia de ti...; nosotros, oteando el cielo y tú, en cambio, viéndolo todo por esa puerta grande del conocimiento de Dios que es la caridad!
Cartas con la señal de la cruz, p. 176)

 

VI.- LA  VERÓNICA

Aparece de pronto una foto mía de cuando tuviera veintiún años, meses apenas antes de la enfermedad.
El ideal…: grabar en mi interior una noble y divina figura: vivir con transparencia, ensancharse en el amor de los hombres.
Mi ideal, concretado en la realidad tangible de Cristo. En consecuencia un sueño: ¡servirle de testimonio, portearle en mi persona con mi ejemplo!. Mi ambición de momento, ésa: configurarme a su medida, darle a los demás en mí.
(Las golondrinas nunca saben la hora, p.23  y Cartas con la señal de la cruz, p. 21)

 

VII.-  SEGUNDA CAIDA

Con ojos de criatura no comprendo por qué has querido plantar en este barro una semilla de grandeza… Por eso quiero decirte que necesito, más que nada, de la humildad, de la reverencia de pensamiento para estar cayendo siempre en que lo que grana en esta vida es la  divina flor de tu cariño, tu mano que se tiende y trabaja continuamente nuestro corazón.
(Mesa redonda con Dios p. 30)

 

VIII.- JESUS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

Tres actitudes ante la presencia del dolor:
La de aquél que aún no ha ido más allá del escozor de su herida: ‘Dios me ha quitado…’
La del que acepta, sin entrar en su espíritu de actividad santificante: ‘Dios me ha pedido…’
Y la de aquél que, comprendiendo el valor comunitario del sufrimiento, se da de lleno al ideal de redención: ‘Señor te ofrezco…’
(Las estrellas se ven de noche, p. 110)

 

IX.- TERCERA CAIDA

Por favor, Cristo mío, sé indulgente, no te canses nunca de mí. Razón tienes de más para darme la espalda. Ya ves, me nacen las canas y todavía Tú sales, como antaño, a la puerta de mi casa y allí te sientas, espera que te espera, a que yo aparezca por lo hondo del camino. Tan pobre soy, Señor, que tengo conciencia de que nunca podré remontarme por mi propio impulso. De seguro que nunca habrás puesto los ojos en un manojo de tantas debilidades. Así y todo, olvida mi ficha y dame aliento.
(Las golondrinas nunca saben la hora, p. 164)

 

X.- DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

Desnudo como has nacido, morirás un día, pero haz por ir más allá, siendo pobre por voluntad, y ya entonces resultará que eres gemelo de Cristo, en su riqueza humilde. ¡Menudo parentesco, amigo!
(Las estrellas se ven de noche, p. 226)

 

XI.- CLAVADO EN LA CRUZ

¡Qué angustia, Señor; la muerte así, sin dosis; como un trueno seco y grande! Qué dura es la angustia, aunque… ¡si sabrás Tú de agonías para que yo te lo diga! Bueno, pues dame la tuya como modelo y ayúdame a remontar ese puente de la preocupación, para que yo no vea más que lo que importa y que es lo que hay al otro lado de la barrera: ¡Tú mismo, mi Señor!
(Las golondrinas nunca saben la hora, p. 152)

 

XII.- MUERE EN LA CRUZ

Tengo sed, Señor, del agua de esa fuente. Mi corazón quema de tanta lumbre interior, de tantos ardores siempre. Me abraso de ansias de ser mejor, de notarme más fiel, más leal, más generoso, más incondicional. Mi sed es de Ti ¿por qué has de darte siempre con cuentagotas? ¡Dame más, Señor! Lléname como un aljibe, y casi en seguida, me dejas vacío, para que yo goce además el júbilo de sentir cómo te viertes!  
(Las golondrinas nunca saben la hora, p. 274)

 

XIII.- ENTREGADO A SU MADRE

Dice Jesús: Mi deseo es que la ternura, la pura, hermosa y fragante ternura humana, la vistáis todos desde la mañana a la noche. Cuando llora el hijo de mantillas, vuestra mujer  lo toma en brazos y se le esponja el corazón. Y es que una madre es una cosa de la que sale como fuego, como azúcar, como serenidad, como dicha, como alegría. Os voy a hacer un seguro de ternura para siempre…Estaréis pensando que lo que digo es bonito, pero difícil. ¡Y no! ¿Veis? Es esto: ‘Os doy a mi Madre, que tiene el corazón como una montaña’; y se acabó.
(Mesa redonda con Dios, p. 223)

 

XIV.-  SEPULTADO

El mundo es, en esta hora, como una campiña arada y llovida de rojo; a él ha descendido el único grano de la verdadera fecundidad. Cristo se deja echar como una semilla en el surco. A Él lo han sembrado sobre el mundo desde esa mano gigante que es la Cruz. Un grano, sólo uno, y qué ciclo tan aprisa…  y el pan de Vida que ha de dar por los siglos esta harina tan pura. A la vera de esta sepultura se afinan los clarines y se tensan los timbales para la inmensa algarada de la madrugada del domingo. ¡Aleluya!
(Cartas con la señal de la Cruz)

19 mar 2012

San José, un ejemplo para todos los padres

La extremada discreción con que José desempeñó el papel confiado por Dios subraya aún más su fe, que consistió en ponerse siempre a la escucha del Señor, tratando de comprender su voluntad, para obedecerla con todo el corazón y con todas sus fuerzas. Por este motivo, el Evangelio lo define como hombre «justo» (Mateo 1, 19). El justo, de hecho, es una persona que reza, vive de fe, y trata de hacer el bien en toda circunstancia concreta de la vida.

La fe, alimentada por la oración: este es el tesoro más precioso que nos transmite san José. En su senda se han puesto generaciones de padres que, con el ejemplo de una vida sencilla y laboriosa, han impreso en el espíritu de sus hijos el valor inestimable de la fe, sin el cual cualquier otro bien corre el riesgo de ser vano. Ya desde ahora quiero asegurar una oración especial a todos los papás, en su día: pido a Dios que sean hombres de robusta vida interior para cumplir de manera ejemplar su misión en la familia y en la sociedad.

Es san José, esposo de la santísima Virgen María y custodio del Redentor. Él, siervo fiel y prudente, aceptó con obediente docilidad la voluntad del Señor, que le confió "su" familia en la tierra, para que la cuidara con solicitud diaria.

San José perseveró con fidelidad y amor en esa misión. Por eso la Iglesia nos lo presenta como modelo singular de servicio a Cristo y a su misterioso designio de salvación. Y lo invoca como patrono y protector especial de toda la familia de los creyentes. De modo especial, nos presenta hoy a san José, en el día de su fiesta, como el santo bajo cuyo eficaz patrocinio la divina Providencia quiso poner a las personas y el ministerio de cuantos están llamados a ser "padres" y "custodios" en el pueblo cristiano.

Que la Virgen María nos acompañe en estos últimos días de Cuaresma y nos haga experimentar su consoladora protección. Que todo creyente encuentre en ella una guía dulce y fuerte para encontrarse con renovado fervor con Cristo, en el misterio de su muerte y resurrección.

Juan Pablo II

16 mar 2012

Por nuestros queridos sacerdotes

Omnipotente y eterno Dios,
dígnate mirar el rostro de tu Cristo, el Eterno y sumo Sacerdote
y por amor a Él, ten piedad de tus Sacerdotes.

Recuerda, oh Dios misericordioso, que son débiles y frágiles criaturas.
Mantén vivo en ellos el fuego de tu amor.
Guárdalos junto a ti para que el enemigo no prevalezca contra ellos
y para que ningún momento sean indignos de su sublime vocación.

¡Oh Jesús! Te ruego por tus fieles y fervorosos sacerdotes;
por tus sacerdotes que trabajan cerca o en lejanas misiones;
por tus sacerdotes que sufren soledad y desolación;
por tus jóvenes sacerdotes;
por tus ancianos sacerdotes;
por tus sacerdotes enfermos;
por tus sacerdotes agonizantes;
por las almas de tus sacerdotes que padecen en el Purgatorio.

Pero, sobre todo, te encomiendo a los sacerdotes que me son queridos;
al sacerdote que me bautizó,
al que me absolvió de mis pecados;
a los sacerdotes a cuyas misas he asistido
y que me dieron tu Cuerpo y Sangre en la Sagrada Comunión;
a los sacerdotes que me enseñaron e instruyeron, me alentaron y aconsejaron;
a todos los  sacerdotes a quienes me liga una deuda de gratitud.

¡Oh Jesús! Guárdalos a todos juntos en tu Corazón y concédeles
abundantes bendiciones en el tiempo y la eternidad.
Amén.

14 mar 2012

Dame buen Señor, oración de Santo Tomás Moro

Pintura de San Rafael Arnáiz
Dios Glorioso, dame gracia para enmendar mi vida y tener presente mi fin sin eludir la muerte, pues para quienes mueren en Ti, buen Señor, la muerte es la puerta a una vida de riqueza.

Y dame, buen Señor, una mente humilde, modesta, calma, pacífica, paciente, caritativa, amable, tierna y compasiva en todas mis obras, en todas mis palabras y en todos mis pensamientos, para tener el sabor de tu santo y bendito espíritu.

Dame buen Señor, una fe plena, una esperanza firme y una caridad ferviente, un amor a Ti, muy por encima de mi amor por mí.

Dame, buen Señor, el deseo de estar contigo, de no evitar las calamidades de este mundo, no tanto por alcanzar las alegrías del cielo como simplemente por amor a Ti.

Y dame, buen Señor, Tu amor y Tu favor; que mi amor a TI, por grande que pueda ser, no podría merecerlo si no fuera por tu gran bondad. Buen Señor, dame Tu gracia para trabajar por estas cosas que te pido.

13 mar 2012

Saber perdonar


Nuestro perdón ha de ser sincero, de corazón, como Dios nos perdona a nosotros: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, decimos cada día en el Padrenuestro. Perdón rápido, sin dejar que el rencor o la separación corroan el corazón ni por un momento. Sin humillar a la otra parte, sin adoptar gestos teatrales ni dramatizar. La mayoría de las veces, en la convivencia ordinaria, ni siquiera será necesario decir «te perdono»: bastará sonreír, devolver la conversación, tener un detalle amable; disculpar, en definitiva.
No es necesario que suframos grandes injurias para ejercitarnos en esta muestra de caridad. Bastan esas pequeñas cosas que suceden todos los días: riñas en el hogar por cuestiones sin importancia, malas contestaciones o gestos destemplados ocasionados muchas veces por el cansancio, en el trabajo, en el tráfico, ...
Qué tristeza sería nuestra vida cristiana si al menor roce se enfriara nuestra caridad y nos sintiéramos separados de los demás, o nos pusiéramos de mal humor. O si una injuria nos hiciera olvidar la presencia de Dios y nuestra alma perdiera la paz y la alegría. Hemos de hacer examen para ver cómo son nuestras reacciones ante las molestias que, a veces, la convivencia lleva consigo. Seguir al Señor de cerca es encontrar también en este punto, en las contrariedades pequeñas y en las ofensas graves, un camino de santidad.
Nuestra postura ante los pequeños agravios ha de ser la de quitarles importancia (en realidad la mayoría de las veces no la tienen) y disculpar también con elegancia humana. Al perdonar y olvidar, somos nosotros quienes sacamos mayor ganancia. Nuestra vida se vuelve más alegre y serena, y no sufrimos por pequeñeces.
La caridad ensancha el corazón para que quepan en él todos los hombres, incluso aquellos que no nos comprenden o no corresponden a nuestro amor. Junto al Señor no nos sentiremos enemigos de nadie. Junto a Él aprenderemos a no juzgar las intenciones íntimas de las personas.
La comprensión nos inclina a vivir amablemente abiertos hacia los demás, a mirarlos con simpatía; alcanza las profundidades del corazón y sabe encontrar la parte de bondad que hay siempre en todas las personas.
Solo es capaz de comprender quien es humilde. Si no, las faltas más pequeñas de los demás se ven aumentadas, y se tiende a disminuir y justificar las mayores faltas y errores propios. La soberbia es como esos espejos curvos que deforman la verdadera realidad de las cosas.
La humildad de reconocer nuestras muchas deudas para con Dios nos ayuda a perdonar y a disculpar a los demás. Si miramos lo que nos ha perdonado el Señor, nos damos cuenta de que aquello que debemos perdonar a los demás –aun en los casos más graves– es poco.
Quien es humilde es objetivo, y entonces puede vivir el respeto y la comprensión con los demás: surge fácil la disculpa para los defectos ajenos. Ante ellos, el humilde no se escandaliza. «No hay pecado –escribe San Agustín– ni crimen cometido por otro hombre que yo no sea capaz de cometer por razón de mi fragilidad, y si aún no lo he cometido es porque Dios, en su misericordia, no lo ha permitido y me ha preservado en el bien».
La Virgen nos enseñará, si se lo pedimos, a saber disculpar –en Caná, María no critica que se haya acabado el vino, sino que ayuda a solucionar su falta–, y a luchar en nuestra vida personal en esas mismas virtudes que, en ocasiones, nos puede parecer que faltan en los demás. Entonces estaremos en excelentes condiciones de poder prestarles nuestra ayuda, perdonando "hasta setenta veces siete".

9 mar 2012

Fuerza para buscarte


Señor y Dios nuestro,
nuestra única esperanza,
no permitas que dejemos de buscarte por cansancio,
sino que te busquemos siempre
con renovada ilusión.
 
Tú, que hiciste que te encontráramos
y nos inculcaste ese afán por sumergirnos
más y más en ti,
danos fuerza para continuar en ello.
 

Mira que ante ti están nuestras fuerzas
y nuestra debilidad.
Conserva aquellas, cura ésta.
Mira que ante ti están nuestros conocimientos
y nuestra ignorancia.
 
Allí donde nos abriste,
acógenos cuando entremos.
Y allí donde nos cerraste
ábrenos cuando llamemos.
 
Haz que nos acordemos de ti,
que te comprendamos,
que te amemos.
 
Acrecienta en nosotros estos dones
hasta que nos trasformemos completamente
en nuevas criaturas.
Amén

... Y Dios creó el arco iris

Yo establezco mi pacto con vosotros, y nunca más volverá a ser exterminada toda carne por las aguas del diluvio, ni habrá más diluvio para destruir la tierra. Y dijo Dios: Esta es la señal del pacto que hago entre yo y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por todas las generaciones: pongo mi arco en las nubes y será por señal del pacto entre yo y la tierra. Y acontecerá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se verá el arco en las nubes, y me acordaré de mi pacto que hay entre yo y vosotros y entre todo ser viviente de toda carne; y nunca más se convertirán las aguas en diluvio para destruir toda carne. Cuando el arco esté en las nubes, lo miraré para acordarme del pacto eterno entre Dios y todo ser viviente de toda carne que está sobre la tierra.
(Gn 9, 11-16)


En este texto vemos como Dios hace pacto con Noé y promete que cuando el cielo se cubra de nubes, el pondría su arco iris en el cielo como prueba de la alianza entre Dios y el hombre.
No se hermana/o cual es tu situación en este momento, no sé cuál es tu grado de fe, ni qué lugar ocupa Dios en tu vida, puede que en estos momentos tu vida se vea cubierta de nubes.
Pero te invito a través de estas letras que levantes tus ojos al cielo, que pongas tu confianza en Dios, en ese Dios, que guarda su alianza, que es fiel a sus promesas, en ese Dios que nos cuida y nos mima y en medio de esas nubes que puedan estar oscureciendo tu vida, se valiente, ten ánimo y espera en el Señor pues Él quiere pintar tu vida de color.
Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca

8 mar 2012

Los caminos del silencio interior

Lo que nosotros podemos y tenemos que hacer es: abrirnos a la gracia. Esto significa renunciar totalmente a nuestra propia voluntad, para entregarnos totalmente a la voluntad divina, poniendo nuestra alma, dispuesta a recibirle y dejarse modelar por El, en las manos de Dios.
Este es el contexto primario que nos permite vaciarnos de nosotros mismos y alcanzar un estado de paz interior. Nuestra interioridad se ve colmada por propia naturaleza de muy diversas maneras hasta tal punto, que una cosa empuja a la otra y todas ellas mantienen el alma en un movimiento constante; a menudo incluso en conflicto y perturbación
.
Las obligaciones y preocupaciones del día se acumulan en nuestro entorno en el momento mismo de despertarnos por la mañana, si es que no interrumpieron ya la tranquilidad de la noche.

En ese momento se plantean ya cuestiones tan incómodas como estas: ¿Cómo puedo sobrellevar tantas cosas en un solo día? ¿Cuándo podré hacer esto o aquello? ¿Cómo puedo solucionar tal o cual problema? Parece que quisiéramos lanzarnos agitadamente o precipitarnos sobre los acontecimientos del día, para poder tomar las riendas en las manos y decir: ¡Hecho!
Pero realmente importante es no dejarse turbar en ese momento: Mi primera hora en la mañana le pertenece al Señor. Hoy quiero ocuparme de las obras que el Señor quiere encomendarme y El me dará la fuerza para realizarlas. De esa manera quiero subir al altar del Señor.
Aquí no está en juego mi propia persona o mis cuestiones personales, pequeñas y sin importancia, aquí se trata de la gran ofrenda expiatoria. Yo puedo participar de ella para purificarme y llenarme de alegría y para ofrecerme en el altar con todas mis obras y mis sufrimientos. Y cuando recibo luego al Señor en la comunión puedo preguntarle: Señor ¿qué quieres de mí? En ese momento me decido a realizar aquello que, después de un diálogo silencioso con Dios, considero que es mi próxima empresa. Una profunda paz inundará mi corazón, y mi alma se vaciará de todo aquello que pretendía perturbarla y sobrecargarla, si comienzo con mis tareas cotidianas después de la celebración matinal de la eucaristía; y, a la vez, será ella colmada de santa alegría, de valentía y de fortaleza. Sus horizontes se agrandan y amplían, porque ella salió de sí misma para entrar en la vida divina. El amor arde en ella como una llama suave que ha encendido el Señor y la incita a expresar ese amor y a transmitirlo a los otros. “Enciéndase en fuego el amor, suba el ardor al prójimo”. Y con toda claridad contempla ella el próximo pedacito de camino que tiene por delante; ella no puede ver muy lejos, pero sabe que cuando haya alcanzado el punto que ahora limita el horizonte, se le abrirá un panorama totalmente nuevo.
Y ahora comienza el día de trabajo...
Cada uno debe conocerse a sí mismo o aprender a conocerse para saber dónde y cómo puede encontrar paz.
Lo mejor, si es posible, es desahogarse un momento frente al tabernáculo y volcar allí todas nuestras preocupaciones. Quien no pueda hacerlo, porque quizá necesita un poco de serenidad física, puede tomarse un respiro en la propia habitación. Y si esa tranquilidad exterior no fuera de ninguna manera posible, si no se tiene ningún lugar en el que uno pueda retirarse un momento y si las obligaciones apremiantes nos privan de una hora de tranquilidad, entonces deberíamos por lo menos por un momento cerrarnos a todas las otras preocupaciones para poder remontarnos al Señor. El está siempre allí presente y puede darnos en un instante todo lo que necesitamos.

7 mar 2012

Contactar con Dios


¿Quién dice que ponerse en contacto con Dios es algo complicado, difícil?
Orar es fácil, entablar diálogo con Dios es estar abiertos y disponibles para escuchar. Es estar expectantes ante todo acontecimiento que nos roza la vida.
La persona que vive en total disponibilidad no cavila demasiado, no piensa demasiado, no se preocupa excesivamente de cómo ponerse ante Dios, cualquier cosa la lleva a Dios.
Dice la joven judía Etty Hillesum: “Haz que cada uno de mis días sea más y mejor que la suma de las preocupaciones de la existencia cotidiana”
Esta petición hecha oración, plasma el deseo de vivir a pesar de las dificultades presentes.
Quien decide estar bien o estar mal ante un problema somos nosotros, quien decide optar por ser positivos o hundirnos en la desesperanza somos nosotros, nada ni nadie nos arrastre a una actitud que no queramos o no deseemos. La libre decisión, la libertad interior que todo ser humano lleva consigo es la llave de entrada al paraíso de nuestro bienestar y la puerta de acceso a la felicidad interior:
“Quiero simplemente intentar ser esa que ya está en mí pero que sigue buscando su plena realización” (Etty Hillesum).
Podemos dejar que las dificultades penetren en nuestro ser oscureciendo nuestro modo de actuar o simplemente dejar que pasen sin llegar a transformar nuestro estilo de vida.
Ya sé que más de uno dirá que una cosa es escribirlo y otra sufrirlo, pero no obstante dejo constancia de que hay personas con una capacidad de superación magnífica y que si ello/as pueden ¿por qué yo no? Es cuestión de intentarlo.

Marian Mudarra, monja contemplativa

6 mar 2012

¡Déjate labrar en la Cruz del Señor!


Nos rodea la increencia, tiempo ‘precioso’ para vivir el Evangelio, para experimentar la fuerza de Dios en la debilidad, para CREER sin ver, para AMAR sin medida, para CONFIAR y esperar EN SU PALABRA.

Esta es una época de santos y místicos. No entendidos por el mundo, perseguidos y ridiculizados por los de fuera e incomprendidos por los de dentro, abrumados por los problemas y desconcertados por las estadísticas.

Hay que dejarle actuar a Dios, que se luzca haciendo maravillas con la pobreza y la debilidad.

Siento una inmensa atracción a la santidad.
Nunca he deseado tanto hacer lo que Dios quiera.
Me siento libre y me dejo llevar por El.

No hago planes.

Quiero consagrarle mi vida aquí y ahora.
Mañana, El dirá qué, cómo, dónde y cuándo.
Siento que me quiere mucho porque soy un pecador.
Quiero morir por El y servirle en mis hermanos.
Me está mostrando su amor continuamente.
Se está sirviendo de mi pobreza para enriquecer a otros con su Gracia.

¡ES INAUDITO SU AMOR!

El Señor realiza algo nuevo, en medio de una gran paradoja, soy testigo, como tantos otros.
¡Se nos pide el RENDIMIENTO total! sigamos adentrándonos en el Misterio.
Hay hambre de Dios, eso es palpable. Gratis hemos recibido, demos gratis. 
¡DEJATE LABRAR EN LA CRUZ DEL SEÑOR!

Monjas Mínimas de Daimiel

5 mar 2012

El médico

Vengo hasta Ti porque tengo prisa en decirte que es maravilloso que vinieras al mundo y encajaras también en el esfuerzo de la Redención la noble tarea de sanar los cuerpos.
Porque fuiste el mejor médico de hace veinte siglos, yo vivo el alto honor de colaborar con tu ciencia, el privilegio de estar las veinticuatro horas del día en la salud y en la consolación de los hombres.
¿Sabes, mi Cristo? Desde que has sufrido y mueres en un Viernes Santo, vuelves a estar en Cruz cada hora en todos los que hiere el impacto del sufrimiento. Eres el ser que espera en mi antesala, el que se tumba en la mesa de operaciones y el que charla conmigo en la visita domiciliaria.
Casi apenas puedo hablar de otro modo que con la palabra “gracias”.
Gracias por haberme remontado hasta ese misterio clave del cristianismo que es la Resurrección.
Gracias por dejarme sentir tu emoción de cuando trabajabas el barro al recibir a las criaturas que nacen y por acusar, en el primer llanto de un niño, la trascendencia del dolor, inocente y santo, y, en la sonrisa de una mujer, la grandeza de la maternidad; por confiarme al hombre de por vida y estar, a su vez, en la frontera de los nacidos, rozándote temblorosamente en el misterio de la muerte.
Gracias por tu llamamiento a la generosidad, por la hermosura de dar y dar siempre, sin la esclavitud de sólo recibir; por tu fe en el concepto de la dignidad de los hombres, facultándome para hacer y deshacer con la vida y las potencias.
Yo sé que con todo lo que me has dado apenas si cabe pedir más en el mundo pero insisto en tender la mano porque esta gloria pesa sobre unas frágiles costillas de hombre. Fíjate en la raíz de mi súplica:
Que yo cuide a los que sufren como si hubiera sido tu médico de cabecera en el Calvario. Sólo deseo verte siempre al fondo del eclipse de los hombres, palpitante y glorioso también en las lágrimas, que son la custodia del dolor, el Octavo Sacramento. Cuanto más trágica sea una crisis o más acerada la pobreza, más veneración quiero sentir por tu agonía o tu humildad. Que mis manos recen también punzando un absceso o manejando el recetario.
Mi lema pienso que sea siempre el de un inmenso respeto a la vida, a la sagrada vida que has creado.
Quiero que me hagas fuerte para afrontar el fracaso y la maledicencia antes que derruir una esperanza o una posibilidad; que me pinchen las manos como cardos cada vez que me las cruce una tentación de impotencia.
Dame, Señor, la gracia de entender que amar es también clavar los codos sobre la mesa. Y recuérdame que estar al día de las conquistas científicas es entrar en el santuario de tu sabiduría y a la vez pasar una mano por la frente de los seres que amas.

2 mar 2012

Pedid, Buscad, Llamad...

Estamos acostumbrados a fundamentar nuestra vida en los sentimientos y emociones, porque ellos dulcifican momentáneamente nuestras penas; pero una vez pasado el efecto, la amargura se vuelve más insoportable. Así vivía la samaritana que se encontró con Jesús en el pozo de Sicar, hasta que se encontró confiadamente con Jesús, y cambió.
La oración no se trata de sentimientos ni de peticiones superfluas, sino de dejarse amar por Dios. Esa es la oración eficaz de Abraham: dejarse amar por Dios. Esto significa abandonarse en los designios de Nuestro Padre Dios, sabiendo que Él escribe recto en reglones torcidos.
El camino de la Cuaresma es ante todo de conversión. Es una invitación a que regresemos a la casa del Padre. En cierto modo, se trata de que ya no sea sólo Dios quien tenga que salir a nuestro encuentro, sino que también nosotros le busquemos a Él.

"Pedid y se os dará". En esta Cuaresma podemos acercarnos con plena  confianza a Dios, para presentarle nuestras necesidades, para decirle que no podemos hacer nada sin su ayuda.

 "Buscad y encontraréis". Buscarle a Él, que se esconde detrás del pan y el vino eucarísticos, para alimentarnos; detrás de sus ministros, los sacerdotes, para darnos el perdón de nuestros pecados; detrás del rostro de cada persona, de cada circunstancia de la vida. Cuando nos encontramos con Dios, hacemos la experiencia de la verdadera felicidad.

"Llamad y se os abrirá". Tocar a la puerta de su corazón, con insistencia y sin temor. Porque necesitamos entrar; salir de nosotros mismos, para gozar de la dicha de vivir con Él.

En toda búsqueda hay algo inquietante, misterioso. No se tiene la certeza del éxito. Pero en nuestro caso no es así. Cristo nos promete el éxito y nos asegura que no es muy bueno escondiéndose. Le gusta dejarse encontrar.